History of CubaAMELIA PELAEZ, PAINTER * Amelia Pelaez, Pintora.

Amelia Pelaez. Born Yaguajay, Cuba, 1896. Died Havana, 1968

Amelia Pelaez entered San Alejandro at the relatively late age of twenty, graduating with honors in 1924, At San Alejandro she was one of Romañach’s leading students in the areas of drawing, color, and landscape. The year of her graduation she and her colleague Maria Pepa Lamarque held a two-person show at the Association of Painters and Sculptors in Havana, where Pelaez exhibited a series of romantic landscapes typical of her early work. In the summer of I924 she visited New York on a travel grant and studied at the Arts Student League for six months. A more substantial grant from the Cuban government sent her to Paris in I927 for the purpose of studying French museums and academies.

In Paris, Pelaez attended drawing and art history courses at La Grande Chaumiere, the Ecole Nationale Superieure de Beaux Arts, and the Ecole de Louvre. She also drew and painted at the Louvre. She obtained what she considered her most important formal training from Alexandra Exter’s courses in design and color theory in which she enrolled between 1931 and 1934. She has also acknowledged her debt to the art of Matisse, Braque, and Picasso in developing at this time a personal version of synthetic cubism. Her Parisian stay culminated with a one-person show at the Galerie Zak in 1933, where she presented thirty-eight paintings and gouaches of landscapes, female figures, and still lifes with an introduction by Francis de Miomandre. The following year she participated in the Exposition de Livres Manuscrits at the Galerie Myrbor with her illustrations for Leon Paul Fargue’s Sept Poemes. Before leaving Paris she published in La Volonte an article on modern Cuban painting entitled “Les peintres cubains in Paris.”

Pelaez returned to Cuba in 1934, making a studio at her home in the Vibora district of Havana. Although she lived and worked in relative isolation, she was an active participant in the vanguard (1927-38) and the classical (1938-51) phases of Cuban modernism. For two years after her arrival she concentrated on drawing, working out her understanding of European modern art and formulating a new subject matter based on her rediscovery of Cuba. She returned to painting in the late 1930s with still lifes representing Cuba’s flora in an austere version of cubism. Around 1940 she developed her signature style by enriching her cubist vocabulary with arabesques, bright color areas, and elaborate baroque compositions derived from nineteenth-century Cuban architectural decoration and furniture design. She found in her immediate environment–her home, garden, and neighborhood–a new source for artistic inspiration and cultural expression. She helped make colonial architecture a symbol of cubanidad and expanded on the nineteenth-century tradition of the use of tropical fruits and flowers for the same purpose. She also represented abstracted female figures at rest in intimate interiors that also allude to a particular way of life.

Fruit Dish (1947)

In the 1950s Pelaez turned toward greater abstraction and geometric simplification. From 1950 to 1962 she dedicated much of her attention to decorating and designing ceramics and making murals. Two of her outstanding mural projects were one in ceramics for the Tribunal de Cuentas in 1953 and another in tessera (now destroyed) for the hotel Habana-Hilton in 1958. During the 1960s, she concentrated again on oil painting, returning in part to the elaborate arabesques, brilliant colors, and still-life themes of her 1940s work.

Pelaez began to exhibit regularly in Havana in 1918, and after her one-person show at the Lyceum in 1935 she became one of the leading representatives of the vanguardia. She held numerous one-person shows during her lifetime and has been the subject of major retrospective exhibitions at the Museo Nacional in Havana 1968, the Cuban Museum of Art and Culture in Miami 1988, and the Fundacion Museo de Bellas Artes in Caracas 1991. She participated in most of the National Salons held in Havana and won awards at the salons of 1935, 1938, 1956, and 1959. In the 1940s she began to exhibit in the United States and Latin America, gaining a measure of international recognition which today is on the increase. Her paintings and ceramics are in numerous private and public collections in Cuba, Latin America, and the United States.

In the United States there are important examples of her paintings in the collections of the Museum of Modern Art in New York and the Art Museum of the Americas in Washington. D.C.

Sources: Cubarte/InternetPhotos/ TheCubanHistory.com
Amalia Pelaez/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor

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AMELIA PELAEZ. PINTORA

Amelia nace en Yaguajay, provincia de las Villas (actual provincia de Villa Clara), en 1896. En 1915, su familia se muda a La Habana en el barrio de La Víbora. Ese año Amelia matricula en la Academia San Alejandro y su primera exposición la realiza en el 1924; expone junto a la también pintora María Pepa Lamarque. En la exposición queda evidenciada la influencia del maestro Leopoldo Romañach, sus paisajes son una muestra inequívoca de la fuerte presencia del profesor. Amelia viaja a Europa en el 1927 y aunque realiza viajes cortos a España, Italia, Alemania, Checoslovaquia y Hungría, se decide por París, donde reside la mayor parte del tiempo.

En París, Amelia toma cursos libres de dibujo en la Grande Chaumiére y asiste a la Ecole Nationale Superieure de Beaux Arts además de la Ecole du Louvre. En 1931 comienza sus estudios con la pintora y escenógrafa rusa Alexandra Exter. La galería Zak en 1933 le abre sus puertas, donde fue presentada por Francis de Miomandre. Durante su etapa Europea, las figuras de mujeres, paisajes y naturalezas muertas, muestran con qué variedad de temas abordó este período de su vida. Cuando en 1934 regresa a su país, establece en su propia casa de La Víbora su taller, manteniéndose dibujando exclusivamente por dos años aproximadamente. Desde ese momento su participación en el movimiento de los artistas modernos en Cuba, será activa. En el Lyceum de La Habana expone en el 1934 una selección de 24 obras que había traído de París. La ejecución de sus bodegones, con flores y frutas cubanas, comienza alrededor de 1936 en los que paulatinamente va introduciendo elementos típicos de la arquitectura colonial cubana. En el catálogo de la exposición de febrero de 1940, “El arte en Cuba”, realizada en la Universidad de La Habana, se reproduce la obra Naturaleza Muerta (pág 24); en otro catálogo, en el de la “Exposición de Arte Cubano Contemporáneo” de 1941, realizada en el Capitolio Nacional, se pueden ver dos de sus obras: La Costurera, dibujo de 1938 y Naturaleza Muerta, óleo del 1940 .

En ese mismo catálogo se apunta que estudió en San Alejandro, siendo discípula predilecta del maestro Leopoldo Romañach. Perfeccionó sus conocimientos artísticos en varios países de Europa donde ha expuesto con frecuencia, así como en Cuba y Los Estados Unidos. Premiada en la Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1938 -el envío de sus obras a esta exposición (1940) fue presentado por Lezama Lima-, Amelia colabora con las revistas Espuela de Plata, Nadie Parescía y Orígenes. Desde principios de los años cuarenta su obra se defiende con un estilo único y personal. En el Taller Experimental de Cerámica de Santiago de las Vegas en 1950, comienza sus trabajos en cerámica, después continúa en su propio taller y hasta 1962 esta es su más apasionada actividad artística. Envía obras a las Bienales de Sao Paulo en 1951, en 1952 a Venecia y nuevamente en 1957 a Sao Paulo. En 1958 es Invitada de Honor y miembro del Jurado Internacional de la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Dibujo en Ciudad de México.

Frutero (1947)

Caracterizada por su sencillez, sin embargo, su cotidianidad doméstica es penetrada siempre por su única pasión: el arte. “Desde Braque, el cubismo fue un medio del cual cada uno se sirvió a su medida. Por eso, Amelia pudo decir con Braque: el cubismo apenas me interesa, lo que yo amo sobre todo es la pintura” nos dice José Lezama Lima.

Su visualidad tocó a todos aquellos que permanecieron, como ella, en la savia de nuestra cultura. Jorge Rigol, Graziella Pogolotti, Adelaida de Juan, Ramón Vázquez, José María Chacón y Calvo, y el profuso Carpentier, quien hizo “lisible” también la pintura de Amelia, al decirnos que la “columna se hace casi árbol y la fruta casi escultura en un mundo plástico donde lo vegetal y lo arquitectónico se confunden.”

La línea negra en arabesco que a fines de los treintas se despliega barroquizante como expresa en sus palabras Cobas, y que fuera definida por Jorge Rigol como “la carnalidad de la ornamentación” es protagónica en estas pinturas de los cuarentas y cincuentas.

En distintos momentos de su vida dedicó atención a la realización de murales, siendo algunos de los más importantes: los de la Escuela Normal de Maestros en Santa Clara; el de la Escuela José Miguel Gómez de La Habana (1937); en 1951 el del Edificio Esso de La Habana; el de 65 pies de cerámica, del exterior del Ministerio del Interior de Cuba (antes Tribunal de Cuentas de La Habana) realizado en 1953; el de la Capilla del Hogar Salesiano Rosa Pérez Velazco, en Santa Clara (1956); y por último, el de la fachada del hotel Habana Libre ( Habana Hilton) realizado en 1957. Amelia Peález muere en La Habana en 1968 y su última exposición personal la realiza en 1964 en la Galería Habana, con textos de presentación de Lezama Lima en 1967. Poco antes de su muerte, participa en el mural colectivo que se pintó con motivo de la inauguración en La Habana del XXIII Salón de Mayo de París. Amelia Peláez, al morir, el 8 de abril de 1968, dejó una gran cantidad de obras, muchas de las cuales pertenecen a la Colección del Museo Nacional de Cuba; museos y colecciones particulares en el extranjero poseen parte de su obra. En Cuba, la familia Peláez, es propietaria de gran parte de las obras de esta artista, debido a que Amelia se mantuvo activa hasta casi los últimos momentos de su vida.

Su obra es de relativa abundancia aún en manos de coleccionistas nacionales y a pesar de sus elevadas cotizaciones en el mercado internacional no son de fácil adquisición. En nuestra opinión, la obra de Amelia Peláez, aún merece un mayor reconocimiento y estudio por aquellos que interesados en nuestros más altos exponentes pictóricos, abordan la búsqueda de lo genuino y auténtico, en la creación de los pintores cubanos de vanguardia. El Museo Nacional de Cuba cuenta con un personal altamente calificado para la valoración de las obras de esta artista, en los investigadores y licenciados: Ramón Vázquez Díaz, Roberto Cobas Amate, Hortensia Montero, Olga López Núñez y Alejandro G. Alonso. La mayor exposición de la obra de Amelia Peláez, realizada en Cuba, fue la “Exposición Retrospectiva” realizada por el Museo Nacional de Cuba que se inauguró el 14 de noviembre de 1968, donde se presentaron 163 obras, incluyendo bocetos de murales, pinturas y dibujos, además de 64 piezas de cerámica.

Sources: Cubarte/InternetPhotos/ TheCubanHistory.com
Amalia Pelaez/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor

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