Inside CubaNorberto Fuentes y el Caso Ochoa.

ANALISIS POLITICO
Norberto Fuentes analiza el caso Ochoa.

Con las ejecuciones del general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Antonio Padrón y el capitán Jorge Martínez -todos condenados por narcotráfico-, el gobernante cubano convirtió a la revolución en un proceso personal, asegura Norberto Fuentes, autor del libro Dulces guerreros cubanos.
En 1989, el mismo año en que caían los regímenes comunistas en Polonia y Checoslovaquia y en que era ejecutado el líder rumano Nicolae Ceucescu, la Revolución Cubana vivió uno de sus momentos más amargos.

En un potrero cercano a la base aérea de Baracoa, al oeste de La Habana,fueron fusilados por un pelotón del Ejército el general Arnaldo Ochoa, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Antonio Padrón y el capitán Jorge Martínez, condenados por narcotráfico y otros delitos contra el Estado cubano.

Y desde ese mismo día, el 13 de julio de 1989, comenzaron a circular los rumores de que las ejecuciones no tenían simplemente un fin aleccionador, ni buscaban salvar la imagen de la Revolución.

En Dulces guerreros cubanos, el último libro del premiado escritor y periodista isleño Norberto Fuentes, exiliado desde 1994 en Madrid, se asegura que el propio Fidel Castro estaba enterado del tráfico de drogas que llevaban a cabo sus hombres, que la operaciones eran coordinadas desde el mismo Ministerio del Interior y que las verdaderas razones para ordenar la muerte de los militares permanecieron ocultas,hasta ahora.

El fusilamiento de Ochoa y De la Guardia fue, según Fuentes, una maniobra de Castro para desprenderse de aquellos hombres que comenzaban a hacerle sombra. Ambos soldados eran, además, favorables a la Perestroika soviética que había llevado a cabo Mijail Gorbachov, algo que Fidel consideraba un prurito desestabilizador que podía extenderse por toda la isla. PROTAGONISTA Norberto Fuentes escribe desde la perspectiva de haber sido un testigo privilegiado de los acontecimientos.
Era amigo personal de Castro y de su hermano Raúl, el ministro de las Fuerzas Armadas y “segundo” en el poder cubano, y fue uno de los encargados de realizar el “chequeo” (seguimiento) de los sospechosos. El escándalo, sin embargo, habría comenzado años atrás. En 1983, la Casa Blanca había advertido a Fidel Castro de la existencia de una extensa red de narcotráfico en el norte de Cuba, exigiendo su eliminación.

Pero La Habana no hizo nada hasta 1989, cuando se dio a conocer el escándalo: funcionarios del Ministerio del Interior, en conjunto con el cartel colombiano de Medellín liderado por Pablo Escobar,tenían pensado enviar seis toneladas de cocaína a Estados Unidos.

La operación había sido diseñada por el departamento “MC” del ministerio -encargado de burlar el bloqueo norteamericano a la isla- y encabezada por hombres leales al máximo líder cubano. Castro inició un publicitado juicio contra los implicados, que fue transmitido por la televisión estatal.

Los acusados, obligados a retractarse, se negaron a hacerlo y terminaron en el paredón. Ochoa había sido nombrado oficialmente héroe de la revolución, y el soldado más condecorado del régimen. Gozaba de la confianza de Castro, pero había comenzado a acumular demasiado poder y a sostener ideas “contaminadas”: en su paso por la guerra de Angola había conocido a oficiales soviéticos que lo convencieron de la necesidad de reformar el sistema.

Según Norberto Fuentes, eran pruebas de su poder sus contactos con los carteles de la droga colombianos, o la asistencia que Ochoa y sus hombres habían prestado a un grupo insurgente argentino que asaltó, en una operación no autorizada por La Habana, el cuartel militar de La Tablada,en las afueras de Buenos Aires el mismo año 1989. “Castro concibe entonces una jugada de ajedrez propia de un genio, y utiliza al general Ochoa, a De la Guardia, y a otros altos funcionarios del ministerio del Interior como chivos expiatorios con un doble propósito: lavar la imagen de la revolución y acabar con la Perestroika para siempre”, relata Fuentes.
Según el autor, que descarta que las ejecuciones buscaran desbaratar una conspiración, las consecuencias de esa purga rebotarían como un boomerang sobre Castro.
“Cualquiera que piense oponerse a Fidel con seriedad sabe que va a morir, pero el comandante también perdió a sus mejores hombres. Con las ejecuciones, Castro convirtió a la Revolución cubana en un proceso personal, en su lucha por mantenerse en el poder”.

Norberto Fuentes es uno de los escritores cubanos más respetados. Su libro de relatos Condenados de Condado recibió el premio de las Américas en 1968, y su libro Hemingway en Cuba es considerado el mejor ensayo sobre el paso de ese autor estadounidense por la isla. Fuentes pasó a integrar, a comienzos de los años ’80, el estrecho círculo de intelectuales y amigos que tenía acceso a Fidel. “Mi casa era una especie de cuartel general, hablaba dos veces a la semana con Raúl Castro”, relata Fuentes, quien ha sido uno de los pocos que ha conocido la intimidad de Fidel al punto de haberlo visto en calzoncillos.

El llamado caso Ochoa, sin embargo, significó su ruptura definitiva con la revolución. Tras haber cooperado en la persecución de los ejecutados, Fuentes se convenció de que eran inocentes.

Decepcionado, fue lentamente olvidado por los círculos de poder en La Habana hasta casi desaparecer, y logró salir de la isla -gracias a la intervención de Gabriel García Márquez y de Raúl Salinas de Gortari – recién en 1994.

Fuentes es, además, prácticamente el único de los hombres que conoció desde dentro el caso Ochoa y que aún sigue vivo o no está detenido en alguna cárcel cubana.

Sources: CubaEuropa/Wiki/InternetPhotos/TheCubanHistory.com

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