Chronicles: DANCING in Cuba (2 of 3) * Crónicas del baile en Cuba.

Fifty dances daily

By 1798, according to the chronicler Buenaventura Pascual Ferrer, dancing in Cuba, as most desired fun, almost bordering on insanity. No less than fifty daily dances take place in Havana at the time. Says: “One need not to be invited or even any knowledge of anyone at home … just presented decently enough to dance.”

There on that date, in the Plaza Mayor, a society where dancing subscription. Attend the most distinguished families in it and lounges for rest and play. The main people hired for parties to good musicians and dance to the French. Those who can not afford it, do it to the sound of one or two guitars and a hollow gourd with clefts. Specifies the chronicler: “They sing and dance a merry tunes and boisterous, invented by themselves, with incredible lightness and grace. The class of the mulatto is the most distinguished in these dances. ”

On February 28, 1838 Tacon Theater opens on a large masked ball in participating, they say, about seven thousand people. Almost ten years later, it passes through Havana, Viscount D’Harponville wrote: “The whole year is a dance and only one room Island. When not dancing on lyrics societies, at casinos or seasonal people, dancing in the family home, often without piano or violin and with only the compass of the voice of the dancers. ”

At the carnival, dancing cobra outburst dyes. Samuel Hazard, the author of Cuba to go pen and pencil, in the months before the start of the war of ’68, a carnival dance in the Artistic and Literary Liceo Mantanzas. At the stroke of midnight the square out to get some fresh air. The show dazzles. There is such a profusion of lights, reminds Hazard, who appears to be in broad daylight. And everywhere music and dance, song, joy, mischief. People of all ages, sexes and colors, mixed in an inextricable confusion, having fun outdoors.

The party does not end there, however. Someone invites Hazard to the masquerade is about to begin. Accept the uninvited traveler and seen in blacks and whites living room, eager to dance and noise, running all Creole dance figures, many of which he writes, “are completely unknown to decent women”. Already in 1776 the dance known as chuchumbe, brought from Havana to the Mexican port of Veracruz, had been prohibited by the court of the Holy Inquisition “by the indecency of their ways and songs.”

Any excuse seems appropriate to call a dance: a birth, a christening, a wedding … and as a location is simply assaulted a family that prevented in advance, usually accepts the commitment, more to flatter his own vanity that share the joy of others. Danced in the slave quarters and societies of blacks and mulattos. And the peasants fill their leisure with stomping, points and rumba. Independence leads the patriotic dance, and few rallies that are not closed-guayo, clarinet and drums through-with a shindig.

Composers and singers popular-black and white-qualify their creations with expressive dicharacho through the streets. The picaresque tone choteo and enter the guaracha and music that is written for certain theatrical genres. In 1801, the already mentioned Buenaventura Pascual Ferrer complains that both on the street and in private homes will intone songs that “insult and offend the moral innocence”. He mentions, among others, guaracha entitled “Guabina” that “in the mouths of those who know a few things sing filthy, indecent and majaderas might think.” Many years later, from 1879, would say the same of danzón, born in the city of Matanzas and rose to the rank of national dance. From “licentious and dissolute” qualifies the new rhythm. A music “disruptive and lascivious” in which pretend timpani rolls of desire, lust and exacerbates guayo clarinet and cornet appear to mimic the cravings, the pleas and effort that engages in the possession ardently loving. Closer in time the same will happen with the bolero, originally labeled the “brothel”.

Sources: CiroBiachiRoss/InternetPhotos/TheCubanHistory.com
Chronicles:Dancing in Cuba (2 of 3)/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor

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CRONICAS DEL BAILE EN CUBA (2 de 3)

Cincuenta bailes diarios

Hacia 1798, de acuerdo con el cronista Buenaventura Pascual Ferrer, el baile en Cuba, como diversión más apetecida, lindaba casi con la locura. No menos de cincuenta bailes diarios tienen lugar en La Habana de entonces. Comenta: “No se necesita ser convidado ni aun tener conocimiento alguno en la casa… basta presentarse decentemente para bailar”.

Hay en esa fecha, en la Plaza Mayor, una sociedad donde se baila por suscripción. Asisten las familias más distinguidas y hay en ella salones destinados al descanso y al juego. La gente principal contrata para sus fiestas a buenos músicos y danza a la francesa. Los que no pueden darse ese lujo, lo hacen al son de una o dos guitarras y un calabazo hueco con hendiduras. Precisa el cronista: “Cantan y bailan unas tonadas alegres y bulliciosas, inventadas por ellos mismos, con ligereza y gracia increíbles. La clase de las mulatas es la que más se distingue en estas danzas”.

El 28 de febrero de 1838 se inaugura el teatro Tacón con un gran baile de máscaras en el que participan, se dice, unas siete mil personas. Casi diez años después, a su paso por La Habana, escribía el vizconde D’Harponville: “El año entero es un solo baile y la Isla un solo salón. Cuando no se baila en las sociedades líricas, en los casinos o en los pueblos de temporada, se baila en la propia casa de familia, muchas veces sin piano ni violines y con solo el compás de la voz de los bailadores”.

En los carnavales, el baile cobra tintes de arrebato. Samuel Hazard, el autor del libro Cuba a pluma y lápiz acude, en los meses anteriores al inicio de la guerra del 68, a un baile de carnaval en el Liceo Artístico y Literario de Mantanzas. Al filo de la media noche sale a la plaza a fin de tomar un poco de aire fresco. El espectáculo lo deslumbra. Hay tal profusión de luces, recuerda Hazard, que parece que se está en pleno día. Y también música y baile por doquier, canto, júbilo, diabluras. Gente de todas las edades, sexos y colores, mezclada en una confusión inextricable, que se divierte al aire libre.

Ahí no acaba la fiesta, sin embargo. Alguien invita a Hazard al baile de máscaras que está a punto de comenzar. Acepta el viajero la convidada y aprecia en el salón a blancos y negros, ansiosos de baile y ruido, que ejecutan todas las figuras de la danza criolla, muchas de las cuales, escribe, “son completamente desconocidas para la mujeres decentes”. Ya en 1776 la danza conocida como chuchumbé, llevada de La Habana al puerto mexicano de Veracruz, había sido prohibida por el tribunal de la Santa Inquisición “por la indecencia de sus formas y coplas”.

Cualquier pretexto parece apropiado para convocar un baile: un nacimiento, un bautizo, un matrimonio… y como locación se asalta sencillamente una casa de familia que, prevenida de antemano, acepta de ordinario el compromiso, más por halagar su propia vanidad que por compartir el regocijo ajeno. Se baila en los barracones de esclavos y en las sociedades de negros y mulatos. Y los campesinos llenan sus ocios con zapateos, puntos y rumbitas. La Independencia da pie al baile patriótico, y son pocos los mítines políticos que no se cierran –guayo, clarinete y timbales por medio- con un guateque.

Compositores y cantantes populares –negros y blancos- matizan sus creaciones con el dicharacho expresivo que recorre las calles. El choteo y el tono picaresco entran en la guaracha y en la música que se escribe para ciertos géneros teatrales. En 1801, el ya aludido Buenaventura Pascual Ferrer se queja de que tanto en la calle como en casas particulares se entonen cantares que “ultrajan la inocencia y ofenden la moral”. Menciona, entre otros, la guaracha titulada “Guabina”, que “en boca de los que la cantan sabe a cuantas cosas puercas, indecentes y majaderas se pueda pensar”. Muchos años después, a partir de 1879, se diría lo mismo del danzón, nacido en la ciudad de Matanzas y que se elevó a la categoría de baile nacional. De “licencioso y disoluto” se califica el nuevo ritmo. Una música “alborotosa y lasciva” en la que los timbales fingen redobles de deseo, el guayo exacerba la lujuria y el clarinete y el cornetín parecen imitar las ansias, las súplicas y el esfuerzo del que se enfrasca ardorosamente en la posesión amorosa. Más acá en el tiempo sucederá lo mismo con el bolero, tildado en sus orígenes de “prostibulario”.

Sources: CiroBiachiRoss/InternetPhotos/TheCubanHistory.com
Chronicles:Dancing in Cuba (2 of 3)/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor

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