Barbero, says the dictionary, is dedicated to shaving. In Cuba, the barber shaves only-is not, in truth, which makes less-but also exercises the office of a barber. Being synonymous with those two words, do not have here, however, because a strict equivalence barber is cutting hair and men’s hairdresser who takes care of women’s hair. Right. Between us no man says he will visit the salon or you are urged to cut hair, but you need peeling. No lady confess that spent the afternoon at the barbershop. And no shaving or epilating, shaving.
When I was a boy I sent to the barbershop on a Saturday every other. I had to choose then why the barber finished peeling making me beforehand that had selected my major, it was always a short pen, the pen itself to long, but lowered. Not because I settle more, I guess, but because with less hair better endured fifteen days elapse until next peel. At that time the only alternative for the older ones who were making was to be stripped to the German, with hair that was like the bristles of a brush, but for children were added to catalog the peeled coconut and malanguita. Peel a child Coconut raparlo equaled to zero, while the zero malanguita was the same, but with a cerquillito.
Adults and children in those years were in compliance with the social duty of pelarnos. We did not because we would like, but by what people say. The man who walks with unkempt hair always ends up asking if someone is sick. Just as if sporting a stubble. And people calculate the state of a family’s finances for the long hair of children. That a society was very conventional and no long hair associated with the talent nor the individual rebellion, but with no clue or neglect.
Then the men, usually not dyed their hair, if anything, mustache, and not conceived a barbershop run by women or such facilities exist that would accommodate their clientele in the two sexes. Everything was very well defined. The barber could based expertise and scissors today what makes an electric typewriter and was using a razor really settled into a leather sash hanging from one arm of the chair. Then deposited in the hollow of his hand a generous helping of alcohol or menthol colony and spread by the neck or face the customer, as had peeled or shaved. Finally, entalcaba depilated areas with the aid of a brush, brush also served to remove hairs which had been attached to the clothes that are peeled. The more brushed the barber, the greater the importance of the client or higher was considered that he had. Or was the tip. There is a proportional relationship in that.
Things were rather simple five decades ago. The child went to the barbershop to peel where the grandfather is still peeling and peeling where his father also. So the barber acicalarlos besides, if it was the repository of secrets, at least in the history of the family, who confessed in front of the same mirror. Today youngsters elude conventional barbershops and put his head in the hands of someone as young as he knows them peeling them they like. Instead, we walk between 60 and death still clinging to traditional barbershop, where, like when we were kids, we were not many alternatives, not because someone is endeavoring to decide for us but because we have so little and hair that just want to decide for ourselves.
Sources: CiroBianchiRoss/InternetPhoto/www.thecubanhistory.com
The Barbers in Cuba/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor
TheCubanHistory@aol.com
LOS BARBEROS EN CUBA
Barbero, dice el diccionario, es el que se dedica a afeitar. En Cuba, el barbero no solo afeita –es, en verdad, lo que menos hace- sino que ejerce además el oficio de peluquero. Siendo sinónimas esas dos palabras, no tienen aquí, sin embargo, una equivalencia estricta pues barbero es el que corta el cabello a los hombres y peluquero es el que se ocupa del cuidado del cabello de las mujeres. Así es. Entre nosotros ningún hombre dice que visitará la peluquería ni que está urgido de un corte de cabellos, sino que necesita pelarse. Ninguna dama confesará que pasó toda la tarde en la barbería. Y nadie se rasura o depila; se afeita.
Cuando yo era niño me mandaban a la barbería un sábado sí y otro no. Yo no tenía dónde escoger entonces porque el barbero terminaba haciéndome el pelado que de antemano habían seleccionado mis mayores, que era siempre a la pluma corta; el mismo de a la pluma larga, pero más rebajado. No porque me asentara más, supongo, sino porque con menos pelo aguantaba mejor los quince días que transcurrirían hasta el próximo pelado. En esa época la única alternativa para los que iban haciéndose mayorcitos era la de pelarse a lo alemán, con el que el pelo quedaba como las cerdas de un cepillo, aunque para los más pequeños se añadían al catálogo los pelados al coco y a la malanguita. Pelar un niño al coco equivalía a raparlo al cero, mientras que a la malanguita era el mismo cero, pero con un cerquillito.
Grandes y chicos cumplíamos en esos años con el deber social de pelarnos. Lo hacíamos no porque quisiéramos, sino por el qué dirán. Al hombre que anda con el cabello descuidado siempre alguien termina preguntándole si está enfermo. Lo mismo que si luce una barba de varios días. Y la gente calcula el estado de las finanzas de una familia por el largo del cabello de los niños. Era aquella una sociedad muy convencional y nadie asociaba el pelo largo con el talento ni con la rebeldía individual, sino con la inopia o la negligencia.
Entonces los hombres, por lo general, no se teñían el cabello; si acaso, el bigote, y no se concebía una barbería atendida por mujeres ni existían establecimientos de ese tipo que dieran cabida en su clientela a los dos sexos. Todo estaba muy bien definido. El barbero lograba a base de pericia y tijera lo que hoy hace una maquinita eléctrica y se valía de una navaja de verdad que asentaba en un fajín de cuero que colgaba de uno de los brazos del sillón. Luego, depositaba en el cuenco de su mano una ración generosa de alcohol o colonia mentolada y la esparcía por la nuca o la cara del cliente, según lo hubiera pelado o afeitado. Al final, entalcaba las zonas depiladas con la ayuda de un cepillo; cepillo que le servía además para retirar los pelos que habían quedado adheridos a las ropas del que se peló. Mientras más cepillaba el barbero, mayor era la importancia del cliente o resultaba más elevada la consideración que le tenía. O mejor había sido la propina. Había una relación proporcional en eso.
Las cosas eran bien simples hace cinco décadas. El niño acudía a pelarse a la barbería donde todavía se pelaba el abuelo y donde también se pelaba su padre. De manera que el barbero, aparte de acicalarlos, era el depositario si no de los secretos, al menos de la historia de toda la familia, que se confesaba frente al mismo espejo. Hoy los más jóvenes eluden las barberías convencionales y ponen su cabeza en manos de alguien tan joven como ellos que sabe hacerles el pelado que les gusta. En cambio, los que andamos entre los 60 años y la muerte seguimos aferrados a la barbería tradicional, donde, al igual que cuando éramos niños, quedamos sin muchas alternativas, no porque alguien se empeñe en decidir por nosotros sino porque nos queda ya tan poco pelo que apenas interesa decidir por nosotros mismos.
Sources: CiroBianchiRoss/InternetPhoto/www.thecubanhistory.com
The Barbers in Cuba/ The Cuban History/ Arnoldo Varona, Editor
TheCubanHistory@aol.com