VIRGILIO PIÑERA, “UN DEFENSOR DEL PENSAMIENTO CAUTIVO”.
El gobierno de Raúl Castro, resuelto a incorporarlo todo, en una suerte de gula simbólica, decidió tolerar la canonización del escritor cubano Virgilio Piñera, en el centenario de su nacimiento. El mismo Estado que lo marginó y silenció
Luego de décadas de silenciamiento o relegación, el escritor cubano Virgilio Piñera (1912-1979) ocupa ahora un sitio referencial en la literatura cubana contemporánea. Los avatares del canon nacional de las letras se cumplen, como en pocos autores latinoamericanos del siglo XX, en este poeta, dramaturgo y narrador, nacido hace 104 años en Cárdenas, Matanzas. Los atributos de Piñera que molestaban al Estado cubano, hasta hace apenas unos años, son los mismos que le han ganado una presencia tutelar, cada vez más discernible entre las últimas generaciones de escritores de la isla y la diáspora.
Homosexual, ateo, crítico de las ideologías nacionales de mediados del siglo XX —la liberal, la católica, la marxista…—, Piñera fue la personificación de la inconformidad intelectual en Cuba. Esa ubicación áspera en una comunidad literaria sometida a fuertes moralizaciones y autorizaciones religiosas e ideológicas, hizo que la crítica de Piñera al orden cultural de Cuba, previo a la Revolución, lo sumara diáfanamente a ésta a partir de 1959. Cuando a mediados de los 60, el gobierno de Fidel Castro hizo evidente su adscripción a un marxismo-leninismo ortodoxo, practicante de la homofobia y el dogmatismo, Virgilio Piñera comenzó a sentir los rigores de la exclusión.
Homosexual, ateo, crítico, Piñera fue la personificación de la inconformidad intelectual
No es extraño que Piñera fuera reconocido por las primeras instituciones culturales de la Revolución. Los jóvenes escritores que se nuclearon en torno a Lunes de Revolución, el suplemento literario dirigido por Guillermo Cabrera Infante, lo veneraban y el propio Piñera representaba el compromiso con un proyecto político de vanguardia, ajeno a las intolerancias comunista y católica. Un proyecto político que, a su juicio, debía abandonar cualquier pretensión de “poesía pura”, como la que creía leer en algunos escritores de Orígenes, sin sacrificar la autonomía del arte.
Fue precisamente Piñera quien explicaría a Fidel Castro, durante un célebre encuentro de los escritores y artistas con el dictador, el “miedo” al “arte dirigido” que sentía la comunidad intelectual. Al miedo de Piñera, Castro respondió con la máxima “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”, que ha regido, por más de medio siglo, el control ideológico de la cultura cubana. Lunes de Revolución fue clausurado, pero Piñera continuó publicando en revistas como ‘La Gaceta de Cuba’ y ‘Casa de las Américas’ y varios volúmenes suyos, como las novelas ‘Pequeñas maniobras’ (1963) y ‘Presiones y diamantes’ (1967), ‘los Cuentos’ (1964), la obra de teatro ‘Dos viejos pánicos’ (1968), premiada por Casa de las Américas, y el poemario ‘La vida entera’ (1969), aparecieron en aquella década.
El último libro que Piñera publicó en vida se tituló, irónicamente, ‘La vida entera’, pero el escritor viviría unos 10 años más en La Habana, convertido en un fantasma del pasado ¿Qué pasado? Ciertamente no el de la dictadura de Batista o el de la República, que describió críticamente en sus libros, sino el pasado heterodoxo y vanguardista de la propia Revolución, del que ahora renegaba el gobierno de Fidel Castro. Sólo algunos amigos y discípulos, como José Rodríguez Feo, Antón Arrufat, Abelardo Estorino, Abilio Estévez o Carlos Espinosa Domínguez, se mantuvieron fieles al legado de Piñera. Fueron ellos los que lograron sus primeras reediciones póstumas a mediados de los 80.
Una nueva generación de escritores se sumaron en los 90 a ese extraño reclamo de canonización de un hereje, adelantado por Severo Sarduy desde París. Poetas, narradores o críticos, nacidos después de la Revolución, como Víctor Fowler, Rolando Sánchez Mejías, Antonio José Ponte, Damaris Calderón, Jesús Jambrina, Jorge Ángel Pérez o Norge Espinosa abrieron un flanco de relectura de Piñera que, en buena medida, se oponía a la manipulación oficial del legado de Lezama y Orígenes operada por el Estado. Ese forcejeo persistió hasta años recientes, cuando el nacionalismo católico, aunque sólido en el plano ideológico, comenzó a debilitarse en el campo intelectual. El gobierno de Raúl Castro, resuelto a incorporarlo todo, en una suerte de gula simbólica, decidió tolerar la canonización de Piñera.
En boca del gobierno cubano, el autor de ‘La isla’ acaba siendo lo que no fué
Una comisión creada con motivo del centenario del autor de ‘Dos viejos pánicos’, encabezada por Antón Arrufat, albacea de Piñera y figura clave de su rescate subalterno, hizo entonces cosas tan loables como la edición de las obras completas del autor y un coloquio en su honor, en el que intervinieron decenas de piñerianos cubanos y extranjeros. Pero un escritor como Piñera merece que, más allá de la difusión que adquiera su obra dentro de la isla, se piense críticamente su apropiación por parte del mismo Estado que lo marginó y silenció. El mismo Estado que sostiene de jure y de facto leyes e instituciones que un admirador de El pensamiento cautivo de Czeslaw Milosz no podía aprobar.
En el coloquio “Piñera tal cual”, celebrado entonces en el Colegio San Gerónimo de La Habana, se rememoró la marginación de Virgilio Piñera en los años 70 y la subvaloración de su obra en las últimas décadas. Esa crítica, sin embargo, fue ilegible en medios oficiales como Granma, Juventud Rebelde y Cubadebate, que presentan el interés en Piñera como prueba de una rectificación que, a juzgar por el sistema político de la isla, sus líderes, sus ideas y sus prácticas represivas, no es tal. La justa vindicación promovida por quienes durante años han defendido el legado de este escritor antiautoritario acaba ensordecida en el lenguaje acrítico del poder.
El caso de la apropiación de Virgilio Piñera por el Estado cubano debiera replantear el rol de los gobiernos en la administración de las literaturas nacionales. Es bueno que, en una época de tantos abusos culturales del mercado, los Estados se ocupen de la literatura y publiquen y honren la obra de los grandes escritores de un país. Pero cuando los poetas y novelistas del pasado son convertidos en emblemas de la legitimación de un partido o un gobierno, que penaliza el ejercicio de cualquier oposición, la literatura pierde y el despotismo gana. En boca del gobierno cubano, Virgilio Piñera acaba siendo lo que no fue: un defensor del pensamiento cautivo.
VIRGILIO PIÑERA, “AN ADVOCATE OF THE CAPTIVE THINKING”. .
The government of Raúl Castro, resolved to incorporate everything, in a sort of symbolic greed, decided to tolerate the canonization of Cuban writer Virgilio Piñera, on the centenary of his birth. The same state that marginalized and silenced.
After decades of silencing or relegation, the Cuban writer Virgilio Piñera (1912-1979) now occupies a referential place in contemporary Cuban literature. The avatars of the national canon of letters are fulfilled, as in a few Latin American authors of the 20th century, in this poet, playwright and narrator, born 104 years ago in Cárdenas, Matanzas. Piñera’s attributes that bothered the Cuban State until just a few years ago are the same ones that have earned him a tutelary presence, increasingly discernible between the last generations of writers on the island and the diaspora.
Homosexual, an atheist, a critic of the national ideologies of the mid-twentieth century – the liberal, the Catholic, the Marxist … – Piñera was the embodiment of intellectual inconformity in Cuba. This harsh location in a literary community subjected to strong moralizations and religious and ideological authorizations, caused Piñera’s critique of Cuba’s cultural order, prior to the Revolution, to sum up diaphanously from 1959. When in the mid-1960s , The government of Fidel Castro made evident his ascription to an orthodox Marxism-Leninism, practicing homophobia and dogmatism, Virgilio Piñera began to feel the rigors of exclusion.
Homosexual, atheist, critic, Piñera was the personification of intellectual discontent
It is not strange that Piñera was recognized by the first cultural institutions of the Revolution. The young writers who gathered around Lunes de Revolucion, the literary supplement directed by Guillermo Cabrera Infante, venerated him and Piñera himself represented a commitment to a vanguard political project, alien to communist and Catholic intolerance. A political project that, in his opinion, should abandon any pretense of “pure poetry”, like the one he believed to read in some writers of ‘Origen’, without sacrificing the autonomy of art.
It was precisely Piñera who would explain to Fidel Castro, during a celebrated meeting of writers and artists with the dictator, the “fear” to “directed art” felt by the intellectual community. To Fear of Piñera, Castro responded with the maxim “within the Revolution, everything against the Revolution nothing”, which has governed, for more than half a century, the ideological control of Cuban culture. Piñera continued to publish in magazines such as ‘La Gaceta de Cuba’ and ‘Casa de las Americas’ and several volumes of his, such as the novels ‘Little Maneuvers’ (1963) and ‘Pressures and Diamonds’ (1967) , “Las Cuentos” (1964), the play “Dos viejos pánicas” (1968), awarded by the House of the Americas, and the poem “La vida entera” (1969) appeared in that decade.
The last book that Piñera published in life was titled, ironically, ‘The whole life’, but the writer would live some 10 years more in Havana, become a ghost of the past What past? Certainly not that of the dictatorship of Batista or that of the Republic, which he described critically in his books, but the heterodox and vanguardist past of the Revolution itself, which was now being denied by Fidel Castro’s government. Only some friends and disciples, like José Rodríguez Feo, Antón Arrufat, Abelardo Estorino, Abilio Estévez or Carlos Espinosa Domínguez, remained faithful to Piñera’s legacy. It was they who achieved their first posthumous reissues in the mid-1980s.
A new generation of writers joined in the 90’s that strange claim of canonization of a heretic, advanced by Severo Sarduy from Paris. Poets, narrators or critics, born after the Revolution, such as Victor Fowler, Rolando Sánchez Mejías, Antonio José Ponte, Damaris Calderón, Jesus Jambrina, Jorge Ángel Pérez or Norge Espinosa opened a flank of Piñera’s re-reading that, to a large extent, Opposed the official manipulation of the Legacy of Lezama and Origen operated by the State. That struggle persisted until recent years, when Catholic nationalism, although ideologically solid, began to weaken in the intellectual field. The government of Raúl Castro, resolved to incorporate everything, in a sort of symbolic greed, decided to tolerate the canonization of Piñera.
A commission created on the occasion of the centenary of the author of ‘Two old panics’, headed by Antón Arrufat, executor of Piñera and key figure of his subaltern rescue, did then things as laudable as the edition of the complete works of the author and a colloquium in His honor, in which dozens of Cuban and foreign piñerianos intervened. But a writer like Piñera deserves that, beyond the diffusion that his work acquires within the island, it is critically thought of his appropriation by the same State that marginalized and silenced him. The same State that de jure and de facto maintains laws and institutions that an admirer of The Captive Thought of Czeslaw Milosz could not approve.
At the colloquium “Piñera tal cual”, held at the San Gerónimo School in Havana, he recalled the marginalization of Virgilio Piñera in the 1970s and the undervaluation of his work in the last decades. This criticism, however, was illegible in official media such as Granma, Juventud Rebelde and Cubadebate, who show interest in Piñera as proof of a rectification that, judging by the political system of the island, its leaders, ideas and practices Repressive, is not such. The just vindication promoted by those who for years have defended the legacy of this anti-authoritarian writer is deafened in the uncritical language of power.
The case of the appropriation of Virgilio Piñera by the Cuban State should reconsider the role of governments in the administration of national literature. It is good that, in an era of so many cultural abuses in the marketplace, States should deal with literature and publish and honor the work of the great writers of a country. But when poets and novelists of the past are converted into emblems of the legitimacy of a party or government, which penalizes the exercise of any opposition, literature loses and despotism wins. In the mouth of the Cuban government, Virgilio Piñera ends up being what he was not: a defender of captive thinking.
Agencies/El Pais,Spain/Rafael Rojas/Excerpts/Internet Photos/ Arnoldo Varona/ TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.