It is December of 1898 and only days are left for the colonial troops to withdraw from Cuba. Then, the first car arrives on the Island.
Its owner is José Muñoz, familiar with the invention during his stay in Paris. The car cost a thousand pesos, had two horsepower and developed a speed of 12 kilometers per hour.
Muñoz was not a snobber or a playboy of the time. It is a merchant who brings the exclusive representation of a car brand, La Parisiense. The publicity is not difficult, because it is enough to leave the unusual vehicle crew for people to swirl.
Once a curious lady asks him why the car is moving and Muñoz, who seems to have been quite Hispanic and prankster, replies: “Ma’am, there’s a Galician inside, who is pushing him.”
The second holder of a car in Cuba was Ernesto Sarrá. Millionaire, not only famous for its capital pharmacy, but-according to the testimony of gossips, usually well informed-for his activity as a usurer, garrotero in the popular saying.
The car of Sarrá, brand Schneider and manufactured in Lion, exceeded in horsepower and in price to the original of Muñoz. It reached 30 kilometers per hour when it was going downhill. But it had a very serious defect: every four or five blocks had to be lowered to put in place the belt of the transmission, which was constantly unraveled.
The third car in Havana was the first sale achieved by Muñoz for his firm, La Parisiense. It was a van, four horsepower and capable of transporting half a ton, which was dedicated to the delivery of cigarettes.
It is with the fourth car that the North American industry is present: a locomobile bought by the editor of La Gaceta de La Habana, Rafael Arazoza.
The automotive fashion continues in ascent, and in 1903 the races in the country are inaugurated. The presence of such vehicles is already so significant that the French brothers Laine open the first car service station in Zulueta 28.
In 1905 the Cuban Ernesto Carricaburo beats the world speed mark.
The “Great Lady”
But, in terms of records, perhaps the most worthy of remembrance corresponds to a Trigueñaza Guanajayense, who resided in Galiano, almost reaching the sea. María Calvo Nodarse said it was her name, but nobody knew her as such, but rather by the alias of La Macorina.
According to the costumbrista writer Guillermo Lagarde, she was the first female driver in America, manning her white Hispanosuizo.
Dedicated to what some – perhaps incorrectly – refer to as the oldest profession in the world, it is said that among his multiple lovers was the general Mambí and ex-president José Miguel Gómez.
And a picaresque danzón – that recalls that stormy life – would immortalize it: “Put your hand here, Macorina, / put, put, put …”.
The invitation that follows will have a very special target audience, as they say in the advertising jargon: gentlemen in full exercise of their manhood.
Examine the image. Convince yourself how soft your cozy anatomy was. Look at that skin, whose smoothness and warmth, mocking the many years, assail us from the very old photo. Oh, and the picarona look, that we only find in those who by the ADN – then unknown – seem to have as destiny the joy and the enjoyment.
For all that, she had to be the way she was. She was the famous “Macorina”. The rest is History.
PRIMEROS AUTOMOBILES QUE LLEGARON A CUBA. RECUERDOS DE “LA MACORINA”.
Es diciembre de 1898 y faltan solo días para que las tropas coloniales se retiren de Cuba. Entonces, llega a la Isla el primer automóvil.
Su dueño es José Muñoz, familiarizado con el invento durante su estancia en París. El auto costó mil pesos, tenía dos caballos de fuerza y desarrollaba una velocidad de 12 kilómetros por hora.
Muñoz no era un esnobista ni un playboy de la época. Se trata de un comerciante que trae la representación exclusiva de una marca de autos, La Parisiense. La publicidad no le resulta difícil, pues basta salir tripulando el inusitado vehículo para que la gente se arremoline.
Una vez cierta dama curiosa le pregunta en virtud de qué se mueve el auto y Muñoz, quien parece haber sido bastante hispanófobo y bromista, le contesta: “Señora, adentro lleva un gallego, que lo va empujando”.
El segundo poseedor de un auto en Cuba fue Ernesto Sarrá. Millonario, no solo famoso por su farmacia capitalina, sino —según testimonio de malas lenguas, habitualmente bien informadas— por su actividad como usurero, garrotero en el decir popular.
El auto de Sarrá, marca Schneider y fabricado en Lion, superaba en caballaje y en precio al original de Muñoz. Llegaba a 30 kilómetros por hora cuando iba cuesta abajo. Mas presentaba un gravísimo defecto: cada cuatro o cinco cuadras había que bajarse para poner en su sitio la correa de la transmisión, que se zafaba constantemente.
El tercer auto en La Habana fue la primera venta lograda por Muñoz para su firma, La Parisiense. Era una furgoneta, de cuatro caballos de fuerza y capaz de transportar media tonelada, que se dedicó al reparto de cigarros.
Es con el cuarto auto que se hace presente la industria norteamericana: un locomóvil que compra el editor de La Gaceta de La Habana, Rafael Arazoza.
La moda automovilística continúa en ascenso, y en 1903 se inauguran las carreras en el país. Ya es tan significativa la presencia de tales vehículos que los hermanos franceses Laine abren la primera estación de servicio para autos, en Zulueta 28.
En 1905 el cubano Ernesto Carricaburo bate la marca mundial de velocidad.
La “personaja”
Pero, en materia de récords, quizás el más digno de recordación corresponda a una trigueñaza guanajayense, que residía en Galiano, casi llegando al mar. María Calvo Nodarse decía que era su nombre, pero nadie la conocía como tal, sino por el alias de La Macorina.
Según el escritor costumbrista Guillermo Lagarde, fue la primera mujer driver en América, tripulando su Hispanosuizo blanco.
Dedicada a lo que algunos —quizás incorrectamente— denominan como la más vieja profesión del mundo, se asegura que entre sus múltiples amantes se contó el general mambí y expresidente José Miguel Gómez.
Y un danzón picaresco —que rememora aquella vida tormentosa— la inmortalizaría: “Ponme la mano aquí, Macorina, / pon, pon, pon…”.
La invitación que sigue tendrá un muy especial público target, como dicen en la jerga publicitaria: los caballeros en pleno ejercicio de su varonía.
Examinen la imagen. Convénzanse de cuán mullida fue su acogedora anatomía. Miren esa piel, cuya tersura y tibieza, burlando los muchísimos años, nos asaltan desde la muy antigua foto. Ah, y la mirada picarona, que solo encontramos en quienes por el ADN —entonces desconocido— parecen tener como destino la alegría y el goce.
Por todo eso, ella tuvo que ser como fue. Ella fue la famosa “Macorina”. El resto es Historia.
Agencies/Jiribilla/Argelio Santiesteban/Internet Photos/YouTube/ Arnoldo Varona/ TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.