ALBERTO YARINI, “EL REY DE SAN ISIDRO”, EL CHULO MAS FAMOSO DE LA HABANA VIEJA.
Desde fines del siglo XIX, concretamente en 1895, el barrio de San Isidro, en La Habana Vieja, se convirtió en “zona de tolerancia” de la capital cubana, es decir, lugar donde se ejercía la prostitución.
Con las prostitutas, mujeres que practican el comercio carnal, aparece también la figura del chulo o proxeneta, el cual, supuestamente protegía a dichas mujeres a cambio de una buena parte del dinero que estas cobraban por sus servicios.
Asi surgió en el centro de todo este famoso barrio, Alberto Yarini, el chulo mas famoso en la historia de la entonces joven Cuba republicana.
Quien era Alberto Yarini, el Rey de Paula 946?.
Alberto Yarini Ponce de León nació en La ciudad de La Habana, el 5 de Febrero de 1882. Su familia muy acaudalada y el, el menor de tres hermanos y mimado de su señora madre. Estudio en Cuba y en los Estados Unidos, de donde regresó a los 19 años.
Se convirtió en un habitual de la Acera del Louvre, donde él y sus amigos distinguidos (ninguno de los cuales trabajaba) acudían cada tarde a colocar sillas en la acera para “ver pasar a la gente”, beberse unos tragos, pavonearse luciendo trajes cortados a la medida, hechos con las mejores telas y adornados con yugos, leontinas, botonaduras y pasadores de corbata que valían fortunas, y entregarse a francachelas nocturnas entre gente de baja estofa.
Yarini, de gran belleza física y porte natural, bien rasurado y mejor peinado; de hablar pausado, en voz baja y modulada; con un refinamiento que le venía desde la cuna, hablaba el español y el inglés con la perfección de quien no posee gran cultura.
Era educado, sabía escuchar a los mayores en edad y jerarquía; era todo sonrisas y gestos refinados con las damas cuando se encontraba en el mundo social, político y familiar, mientras que en San Isidro, rodeado de la hez moral de la ciudad, era el guapo al que había que hablarle bajito y rendirle pleitesías y respeto.
Este hombre extraño que hacía el recorrido por las accesorias de sus putas para recaudar ganancias, que mantenía en su domicilio de Paula 96, hasta tres hembras que trabajaban para mantenerlo con el sudor de sus muslos, que bravuconeaba y se liaba a puños y balazos con lo peor de las alcantarillas con el mismo entusiasmo con que se iba a bailar a los peores salones de La Habana.
Tenía otra vida de hábitos muy regulares, que incluían desayunar cada día en la casa de sus padres, militar en un partido político, asistir a la Ópera y ser amante, de distinguidas damas de la alta burguesía habanera.
Los apaches, como llamaban los cubanos a las pandillas de chulos franceses de San Isidro capitaneadas por el parisino Luis Letot, eran tan levantiscos como sus homólogos del patio, pero Letot, de temperamento tal vez no demasiado violento y que se anotaba al savoir vivre, al par que extrañamente filosófico, acostumbraba decir que había que “vivir de las mujeres, y no morir de ellas”, y podía mostrarse en ocasiones tan exquisito como un cortesano de Versalles.
Así se comportó con Yarini cuando este le robó escandalosamente la joya más valiosa de su último cargamento de prostitutas desembarcado en La Habana, la pequeña Berthe, hermana de su concubina Jeanne Fontaine, y por tanto su propia cuñada. Berthe, de 21 años, rubia y de ojos azules, era una absoluta lindura, según juicios de quienes la conocieron, y se la tenía como la mujer más bella que paseó zapatos por las estrechas calles del barrio.
Yarini en persona anunció a Letot su relación con Berthe, y el francés se encogió de hombros, y lo mismo volvió a hacer cuando Yarini, días después, llamó a su puerta acompañado por dos de sus más vulgares seguidores y le exigió que le entregara toda la ropa de Petit Berthe. Y no contento con eso, poco después, completamente solo y paseando a sus perros, pasó frente a la casa de Letot y al verlo parado en la puerta, le gritó burlón a voz en cuello que guardara muy bien a sus putas, porque la Petit Berthe no bastaba para calmarle la calentura que tenía en aquellos días.
¿Se había enamorado Yarini de la diminuta francesita?
Raro amor, porque la hacía prostituirse cada noche en una accesoria tan inmunda como la de la peor puta negra de la peor calle del barrio. ¿Había enloquecido tal vez? O quizá solo honraba el código machista que reina siempre en los emporios donde está ausente la civilización y el vicio se enseñorea de los hombres. O a lo mejor la sustancial irresponsabilidad de su carácter llegaba hasta hacerlo sentir invulnerable… Letot, sin perder la calma, le respondió: “Yo me voy a morir una sola vez”, y esa simple frase actuó como el conjuro que decretó la extraña tragedia donde fueron protagonistas dos antihéroes.
Días después los dos capos caían abatidos a balazos en una embestida que nunca ha sido del todo aclarada para la Historia, y en la que participaron, de un lado, Letot revólver en mano disparando contra Yarini a quemarropa en plena calle y sus compinches armados tirando desde las azoteas, y del otro un Yarini que supuestamente no alcanzó a disparar su revolver, seguido de un Pepe Basterrechea, joven vizcaíno de gran belleza física y elevada estatura, al que un encuentro casual con Yarini en el gabinete dental del padre de este convirtió en su mejor e inseparable amigo por razones que escapan a una total comprensión, que de un solo tiro en medio de la frente, tendió difunto a Letot sobre las sucias piedras de la calle.
Diez mil personas asistieron al entierro del Rey de San Isidro un 22 de noviembre de 1902, en un país de poco más de dos millones de habitantes; inmediata vendetta de los guayabitos que esperan el regreso de los coches, puñaladas, apaches muertos y heridos y una guerra que tres años después terminaría con el cierre del barrio por decreto gubernamental. Así fue el desenlace.
Pero lo más curioso fue la nota que Yarini escribió con mano temblorosa en un recetario de hospital de Emergencias minutos antes de que los médicos le practicaran una laparotomía en vano intento por salvarle la vida. En ella se culpaba de haber disparado con su arma la bala que mató a Letot, exonerando así de toda responsabilidad a su querido Pepito, pero… al entregársela al cirujano que iba a operarlo, le advirtió que solo la diera a la policía en caso de que él no sobreviviera a la intervención, pero si lograba vivir, debía devolvérsela.
ALBERTO YARINI, “EL KING OF SAN ISIDRO”, THE MOST FAMOUS PIMP OF OLD HAVANA.
Since the end of the 19th century, specifically in 1895, the neighborhood of San Isidro, in Old Havana, has become the “tolerance zone” of the Cuban capital, that is, where prostitution was practiced.
With prostitutes, women who practice carnal commerce, there is also the figure of the pimp or pimp, who supposedly protected these women in exchange for a good part of the money they charged for their services.
Thus emerged in the center of all this famous neighborhood, Alberto Yarini, the most famous pimp in the history of the young cuban Republican.
Who was Alberto Yarini, the King of Paula 946 Street?.
Alberto Yarini Ponce de León was born in Havana, on February 5, 1882. His very wealthy family and he, the youngest of three brothers and spoiled his mother. He study in Cuba and in the United States, from where he returned at age 19.
He became a regular on the sidewalk of the Louvre, where he and his distinguished friends (none of whom worked) came every afternoon to place chairs on the sidewalk to “see people pass by”, drink drinks, swaggering wearing cut suits tailored, made with the best fabrics and adorned with yokes, leontinas, buttons and tie pins that were worth fortunes, and surrender to nightly francachelas among people of low stew.
Yarini, of great physical beauty and natural bearing, well shaved and better hairstyle; to speak slowly, in a low and modulated voice; With a refinement that came from the cradle, he spoke Spanish and English with the perfection of those who do not have a great culture.
He was polite, he knew how to listen to elders in age and hierarchy; It was all smiles and refined gestures with the ladies when he was in the social, political and family world, while in San Isidro, surrounded by the moral faeces of the city, he was the handsome man to speak softly and pay homage and respect.
This strange man who made the journey through the accessories of his whores to collect profits, which he kept at his home in Paula 96, up to three females who worked to keep him with the sweat of his thighs, who bravado and bundled with fists and bullets with the worst of the sewers with the same enthusiasm with which they were going to dance to the worst halls in Havana.
He had another life of very regular habits, which included having breakfast every day at his parents’ house, a military man in a political party, attending the Opera and being a lover, of distinguished ladies of the high Havana bourgeoisie.
Death of the King of San Isidro.
The Apaches, as the Cubans called the gangs of French pimps of San Isidro led by the Parisian Luis Letot, were as levantiscal as their counterparts in the courtyard, but Letot, of temperament perhaps not too violent and that, was noted for the savoir vivre, as strangely philosophical, he used to say that we had to “live on women, and not die of them”, and could sometimes be as exquisite as a courtier from Versailles.
This is how he behaved with Yarini when he scandalously stole the most valuable jewel of his last shipment of prostitutes landed in Havana, little Berthe, sister of his concubine Jeanne Fontaine, and therefore his own sister-in-law. Berthe, 21, blonde and blue-eyed, was an absolute cutie, according to judgments of those who knew her, and she was regarded as the most beautiful woman who walked shoes through the narrow streets of the neighborhood.
Yarini in person announced to Letot his relationship with Berthe, and the Frenchman shrugged, and the same thing he did again when Yarini, days later, knocked on his door accompanied by two of his most vulgar followers and demanded that he give him all Petit Berthe’s clothes. And not happy with that, shortly after, completely alone and walking his dogs, he passed in front of Letot’s house and when he saw him standing at the door, he shouted mockingly to his neck to keep his whores very well, because Petit Berthe was not enough to calm the fever he had in those days.
Had Yarini fallen in love with the tiny Frenchwoman?
Rare love, because he made her prostitute herself every night in an accessory as filthy as the worst black whore on the worst street in the neighborhood. Had he gone mad maybe? Or maybe he just honored the macho code that always reigns in the emporiums where civilization is absent and vice is ruled by men. Or maybe the substantial irresponsibility of his character came to make him feel invulnerable … Letot, without losing his temper, replied: “I’m going to die only once,” and that simple phrase acted as the spell that decreed the strange tragedy where two antiheroes were protagonists.
Days later the two capos were shot down in an onslaught that has never been fully cleared for history, and in which they participated, on the one hand, Letot revolver in hand firing at Yarini at close range in the street and his armed cronies pulling from the rooftops, and from the other a Yarini that supposedly failed to fire his revolver, followed by a Pepe Basterrechea, a young Vizcaino of great physical beauty and tall stature, which a casual encounter with Yarini in the dental cabinet of his father converted in his best and inseparable friend for reasons that are beyond comprehension, that with a single shot in the middle of his forehead, he let Letot lie on the dirty stones of the street.
Ten thousand people attended the burial of the King of San Isidro on November 22, 1902, in a country of just over two million inhabitants; Immediate vendetta of the guayabitos awaiting the return of cars, stabs, dead and injured Apaches and a war that three years later would end with the closure of the neighborhood by government decree. That was the outcome.
But the most curious thing was the note that Yarini wrote with a trembling hand in an Emergency hospital recipe book minutes before doctors performed a laparotomy in vain attempt to save his life. In it he blamed himself for having fired with his gun the bullet that killed Letot, thus exempting his beloved Pepito from any responsibility, but… by giving it to the surgeon who was going to operate it, he warned him to only give it to the police in case of that he did not survive the intervention, but if he could live, he should return it.
Agencies/ Wiki/ Maikel Mederos/ Todo Cuba/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.