EL PREGÓN CUBANO, EL REGRESO DE UNA ‘RELIQUIA FOLCLÓRICA’.
El pregón es el anuncio a viva voz de la mercancía que se quiere vender o del servicio que se aspira a prestar. Escribe al respecto Miguel Barnet: “Con el calificativo de pregón denominamos aquellas voces o gritos que expresándose de formas y estilos muy diversos, sirven para anunciar una mercancía o una habilidad manual.
Cada mercancía, por ejemplo, puede tener su pregón propio, así como cada vendedor, de acuerdo con su imaginación y su musicalidad puede improvisar pregones de mayor o menor virtuosismo”.
Dice el historiador Díaz Ayala: “Verdadero antecesor del logotipo publicitario, de la publicidad organizada, el pregón identifica al vendedor callejero y le distingue y separa de sus competidores. Era la marca de fábrica que identificaba a veces el producto elaborado por el propio vendedor y su familia, sobre todo en el caso de golosinas y dulces, o el producto cultivado en su tierra, como en el caso del agricultor”.
Vendedor de Papel Sanitario en la Habana
Los primeros pregoneros ponderaron su mercancía e instaron al cliente a adquirirla en la puerta de sus propios establecimientos o entre los productos que en ellos se apilaban. Dieron origen así al pregón comercial.
«Mientras el comerciante in situ de la plaza pública puede o no usar el pregón, el vendedor ambulante depende de él casi exclusivamente», expresa Díaz Ayala. Desde que el hombre tuvo la idea de cargar con un saco de aceitunas para venderlo en las calles de una aldea, ese día nacieron la plusvalía y la publicidad, expone Alejo Carpentier. Y Barnet puntualiza que también en ese momento nació el pregón.
Refiere un artículo ya con algunos años y publicado en la revista habanera ‘El Almendares’ que el pregón constituía en Cuba una tradición entre algunos vendedores populares como los baratilleros españoles, “que arrastraban la “o” en tono menor recordándonos los melismas del canto llano”. “Los baratilleros llegaron a tener un sitio especialmente dedicado a ensayar sus pregones. Era una plaza chica y polvorosa llamada de San Lázaro, donde un entrenador de voces, viejo “gordo y majadero” que había sido baratillero, lograba reunirlos con el fin de enseñarles a decir aretes, sortijas, dedales, hilos de coser, cintas de ribetear, seda de colores…”.
AYER Y HOY EN EL PREGÓN CUBANO.
Publicado por el tambien historiador Ciro Bianchi a la Habana ha vuelto en los últimos años el pregón a apoderarse del panorama sonoro de la ciudad. Aunque nunca desapareció del todo, perdió presencia a lo largo de las últimas décadas, al punto de que en 1978 un eminente estudioso lo conceptuaba ya como “una reliquia folclórica”.
La venta ambulante parecía centrarse entonces sobre todo en las flores. Hoy, a partir de los cambios que se operan en la nación, desde las seis de la mañana hasta más allá de las ocho de la noche, vendedores de todo tipo andan y desandan las calles: heladeros, tamaleros y escoberos con una variada oferta de haraganes, trapeadores, percheros, palitos de tendedera y destupidores de inodoro.
No faltan los que ofrecen panes, mantequilla, queso crema y galletas, turrones de maní, raspadura del trapiche de Guayos, en Cabaiguán, y cremitas de leche, traídas de Camagüey, vocea el vendedor, lo que tal vez no sea verdad. Los floreros aparecen mayormente los domingos.
Hay quienes, entre otras propuestas, reparan cocinas de gas y de keroseno, los que ponen fondo a un mueble desvencijado y los que aseguran que echan a andar un ventilador aunque sea de palo. Diligentes, andan también las calles los compradores de botellas, frascos vacíos de perfume, relojes rusos rotos, lavadoras Aurika, refrigeradores chinos, anden o no anden…
https://youtu.be/W7sVLIlJ3uo
Todas las tardes, en el Lawton de mi infancia, pasaba un hombre ya muy entrado en años que vendía torticas de Morón. Todavía lo recuerdo. Decía: “¡Ay, qué ricas las torticas de Morón! ¡A quilo son! ¡Ay, qué ricas las torticas de Morón! ¡Son tentación!”.
Transportaba las torticas y otros dulces en una caja rectangular cuyos cristales, muy limpios, dejaban ver y hacían más apetitosa la mercancía. Era una vitrina portátil que llevaba en la cabeza y que en el momento de la venta apoyaba en unas patas que se abrían y que llevaba enganchadas en uno de sus brazos.
Hoy, temprano en la mañana y otra vez a la caída de la tarde, pasa el panadero. «El pan de flauta, pan, pan, ¡panadero!». Baja o alza la voz, la hace más aguda o grave, con impulsos y silencios, el galletero de por las tardes: “¡El paquete de galletas!, con sabor a mantequilla… ¡Y el turrón de maní!”. Repite satisfecho al haber encontrado el tono deseado para su reclamo, y que a veces es coreado por un grupo de niños.
Aparecen a media mañana los vianderos: habichuelas, aguacates, plátanos burros y machos, malanga, calabaza, frijoles negros y blancos. Trabajan en pareja, uno por una acera, y otro, por la otra, y entablan de lado a lado un diálogo inarmónico y descompasado que, cuando escasea el cliente, lleva a pensar que uno vende y el otro vendedor compra.
Viene el tamalero: «¡Buen sabor! ¡Buen tamaño los tamales!». Llega otro con su «¡Bicarbonato, que me voy!». Y un día sí y otro también, con puntualidad absoluta, el vendedor de cloro.
Es la suya una fidelidad tal que el escribidor ha llegado a preguntarse para qué se necesita tanto cloro en el reparto. Pregona el sujeto: «¡Cloro, cloro, cloro! Lo limpia todo, ¡hasta la conciencia!».
Los amoladores de tijeras y cuchillos se valían del caramillo para anunciarse, y el heladero, de su campana que hacía sonar mientras empujaba el carrito.
Cada voceador se esfuerza porque su pregón atraiga el interés de quien lo escucha. Que «pegue» o, al menos, lo identifique como vendedor. Así ha sucedido siempre.
El poeta Nicolás Guillén, en una crónica que dio a conocer en 1930, alude a un vendedor de maní que pasaba las noches bajo la fiebre altísima de dar con un canto pegajoso. Cuando creía haberlo logrado, su esposa le bajaba los humos.
Una tarde el cronista se topó con el manisero en el Paseo del Prado y vio cómo la gente le arrebataba los cucuruchos de las manos. El maní no era mejor ni peor; era el mismo de siempre.
Sucedía simplemente que el sujeto había encontrado el pregón adecuado. Decía: “¡Al buen maní!”. Y los clientes, incluso los que rechazaban el cacahuete, se precipitaban sobre la mercancía porque interpretaban la frase como un augurio de buena suerte.
¡Al buen maní!
THE CUBAN PREGON, THE RETURN OF A ‘FOLCLORICAL RELIQUIA’.
The proclamation is the announcement in a loud voice of the merchandise that you want to sell or the service that you want to provide. Miguel Barnet writes about it: “With the qualification of proclamation, we call those voices or cries that, expressing themselves in very different forms and styles, serve to advertise a merchandise or a manual skill.
Each merchandise, for example, can have its own proclamation, as well as each seller, according to its imagination and its musicality can improvise proclamations of greater or lesser virtuosity. ”
Historian Diaz Ayala says: “True predecessor of the advertising logo, of organized advertising, the proclamation identifies the street vendor and distinguishes and separates it from its competitors. It was the brand that sometimes identified the product made by the seller himself and his family, especially in the case of sweets and sweets, or the product is grown on his land, as in the case of the farmer. ”
The first pregoneros weighted their merchandise and urged the customer to acquire it at the door of their own establishments or among the products that were stacked in them. They gave rise to commercial proclamation.
“While the on-site merchant in the public square may or may not use the proclamation, the street vendor depends on him almost exclusively,” says Díaz Ayala. Since the man had the idea of carrying a sack of olives to sell on the streets of a village, that day surplus value and publicity were born, says Alejo Carpentier. And Barnet points out that the proclamation was also born at that time.
He refers an article with some years and published in the Havana magazine ‘El Almendares’ that the proclamation constituted in Cuba a tradition among some popular sellers such as the Spanish trinkets, “who dragged the” o “in a minor tone reminding us of the melismas of the plain song “. “The trinkets came to have a place specially dedicated to rehearse their proclamations. It was a small and dusty place called San Lazaro, where a voice coach, old” fat and majadero “who had been a trinket, managed to gather them in order to teach them to say earrings, rings, thimbles, sewing threads, ribbons, colored silk … “.
YESTERDAY AND TODAY IN THE CUBAN PREGÓN.
Published by the also historian Ciro Bianchi to Havana has returned in recent years the proclamation to seize the sound panorama of the city. Although it never disappeared completely, it lost presence over the last decades, to the point that in 1978 an eminent scholar already conceived it as “a folk relic.”
The street sale seemed to focus then mainly on flowers. Today, from the changes that take place in the nation, from six o’clock in the morning until after eight o’clock at night, vendors of all kinds walk and walk the streets: ice cream parlors, tamaleros and brooms with a varied offer of raggers, mops, coat racks, clothesline sticks, and toilet dischargers.
There is no shortage of those that offer breads, butter, cream cheese and cookies, peanut nougat, scraping of the Guaiche trapiche, in Cabaiguán, and milk creamers, brought from Camagüey, the vendor shouts, which may not be true. Vases appear mostly on Sundays.
There are those who, among other proposals, repair gas and kerosene kitchens, those who put a bottom on a rickety furniture and those who claim that they start a fan even if it is stick. Diligent, the buyers of bottles, empty perfume bottles, broken Russian watches, Aurika washing machines, Chinese refrigerators, walk or not …
Every afternoon, at the Lawton of my childhood, a man was already well into his years who sold Morón torticas. I still remember it. He said: “Oh, how rich Morón’s torticas! Quilo are! Oh, how rich Morón’s torticas! They are temptation!”
He transported the torticas and other sweets in a rectangular box whose crystals, very clean, allowed to see and made the merchandise more appetizing. It was a portable showcase that he had on his head and that at the time of the sale he leaned on legs that opened and that he had hooked on one of his arms.
Today, early in the morning and again in the late afternoon, the baker passes by. “Flute bread, bread, bread, baker!” Lower or raise your voice, make it more acute or serious, with impulses and silences, the cookie maker in the afternoon: “The package of cookies! Butter-flavored … And the peanut nougat!”. Repeat satisfied to have found the desired tone for your claim, and that is sometimes chanted by a group of children.
At mid-morning, the vianderos appear: beans, avocados, donkey and male bananas, malanga, squash, black and white beans. They work as a couple, one on one sidewalk, and another, on the other, and they enter into side-by-side an inharmonious and unbalanced dialogue that, when the customer is scarce, leads one to think that one sells and the other seller buys.
The tamalero comes: «Good taste! Good size tamales! Another one arrives with his “Bicarbonate, I’m leaving!” And one day yes and another also, with absolute punctuality, the seller of chlorine.
His is a fidelity such that the writer has come to wonder why so much chlorine is needed in the cast. The subject proclaims: «Chlorine, chlorine, chlorine! It cleans everything, even conscience!
The scissors and knives grinders used the caramillo to advertise, and the ice cream maker, of its bell that rang while pushing the cart.
Each speaker strives because his proclamation attracts the interest of the listener. That “paste” or, at least, identify it as a seller. This has always happened.
The poet Nicolás Guillén, in a chronicle he released in 1930, refers to a peanut seller who spent the night under the very high fever of hitting a sticky song. When he thought he had succeeded, his wife lowered his fumes.
One afternoon the chronicler ran into the manisero on the Paseo del Prado and saw how people snatched the cones from his hands. Peanuts were no better or worse; It was the same as always.
It just happened that the subject had found the right proclamation. He said: “Good peanut!” And customers, even those who rejected the peanut, rushed over the merchandise because they interpreted the phrase as an omen of good luck.
Al Buen Mani!
Agencies/ Lecturas/ Wiki/ Ciro Bianchi/ Extractos/ Excerpts/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.