Muchos personajes curiosos han recorrido las calles de Santiago a lo largo de sus más de quinientos años de vida.
Conversar con mi abuelo que tiene no sólo una memoria envidiable, sino una fuente de narraciones de los más diversos temas, ganada por su temprano bregar en el mundo laboral, con apenas unas pocas decenas de años nos habla de las cosas curiosas, tristes y alegres, que él vivió o de las que fue testigo, en el Santiago pre-1959.
Recuerda sitios que ya no están o no son lo que fueron, como la “famosa” Farmacia Lorenzo, donde trabajo de mensajero desde muy temprano hasta hacerse vendedor de mostrador y que quedaba frente a la Clínica de “Los ángeles”, hoy rebautizada inútilmente con otro nombre, justo donde hoy otra farmacia continúa en la alquimia de los medicamentos y preparados farmacológicos; habla también sucesos que tuvieron lugar en Santiago; de su vida y de personajes curiosos de la ciudad. De algunos de éstos personajes les hablaré …
Así le llamaban a un negro de unos cinco pies seis pulgadas de altura aproximadamente, que vestía harapos y se dedicaba a desandar por la calles de Santiago, con un pedazo de metal en la mano en forma de altoparlante, por medio del cual se paraba frente a determinados negocios de la ciudad y comenzaba a promover los productos que en ese local se expendieran. Para esto usaba los mejores epítetos, halagando los productos o servicios del local. Por ejemplo, si se paraba frente a la farmacia Lorenzo podríamos haberle escuchado decir algo como esto:
-¡La Farmacia Lorenzo!, donde podrá adquirir los mejores medicamentos, los mejores precios, la mejor atención!….
…y así sucesivamente. Una vez terminada su actuación, entraba al local promocionado, y con la mano alzada al frente exigía una remuneración por tal ejercicio publicitario. Muchas veces esta vía le garantizó el almuerzo. Sin embargo, en caso contrario, aquel que se negara a pagar por sus servicios, recibía a cambio una propaganda muy diferente: Después de salir con mayor o menor ofuscación del establecimiento en el cual le negaran la paga, se llevaba el megáfono improvisado a la boca y comenzaba a decir cuantos improperios se le ocurriera del lugar al que minutos antes había exaltado, otra vez tomo el ejemplo hipotético de la Farmacia “Lorenzo”.
-¡La Farmacia Lorenzo!, no compre en ella, los medicamentos están vencidos, no someta a su familia a esos medicamentos! … y cosas por el estilo.
Y como lo último que quiere un comerciante es mala reputación para su negocio, muchos caían en la trampa y le daban los quilos con los que compraban otra vez la generosa publicidad de “Beso brujo”, quien con su inseparable equipo de audio, volvía a elevar por las nubes, el servicio prestado por su benefactor.
Cuentan que allá por la segunda mitad de la década del treinta o cuarenta del pasado siglo recorría las calles de Santiago “El Caballero Roberto”, un negro de unos 50 o 60 años de edad, de profesión barbero. Lo de caballero le era dado por varios motivos; el primero de ellos su exquisitez en el vestir, siempre de “cuello y corbata”, usando un traje negro-azul, camisa blanca y sombrero de pajilla, manteniendo a ultranza una limpieza impecable.
Otra de las razones de su apelativo, era su extrema educación, respeto y galantería para con los que trataba, aspecto que coincidían destacar todos los que en una u otra oportunidad, cruzaban palabras con él.
A tanto llegaba su caballerosidad que, al enfrentarse sobre la acera a cualquier mujer, bajaba inmediatamente a la calle y quitándose el sombrero hacía una reverencia, a la vez que regalaba a la fémina frases como: “¡Pase usted bella dama y que Dios la conserve para siempre así!” Lo único que desentonaba en su estampa eran los zapatos negros, unos números más grande que el que correspondería a su pie. En realidad este desentono se debía a que trataba de contrarrestar unos juanetes que provocaban en este señor un caminar característico: inclinando hacia delante las rodillas y arrastrando un poco los pasos; lo que le ganó el apodo de “Pisa bonito”, y cuentan, que sólo se le veía molesto cuando lo llamaban por este mote.
El circuito de los andares de “Pisa bonito” era relativamente corto: desde el Parque de Céspedes hasta el Parque Dolores y, en la mayoría de las oportunidades, desde Dolores hasta la Plaza de Marte, siempre con su andar típico, saludando cortésmente a los transeúntes.
Cuentan los comtemporarios de la epoca que en una ocasion, en uno de sus acostumbrados paseos, El Caballero Roberto” se encontró con un amigo de confianza al que no veía desde hacía un buen tiempo y luego de los saludos de rutina inquirió por la esposa de su interlocutor, el cual, al comentarle que su señora esposa había fallecido días atrás, quedó estupefacto al escuchar la frase que, de los labios del barbero, salió disparada hacia lo anecdótico:
-“¡No joda que se murió la vieja!”
Que tal parecia una respuesta imposible viniendo, como venía la historia, de una persona como. “Pisa bonito”.
El Diablo Rojo, “un hombre de negra tez, alto y delgado, que aparecía frecuentemente en las calles de Santiago, bocina en la boca, y su espigada anatomía instalada sobre patines, con los cuales hacía filigranas circenses”, tal y como lo describiera Angel Luis Beltrán en un reportaje del 6 de enero de 1991.
Su verdadero nombre era Emilio Benavides Puentes y nació el 6 de octubre de 1901 en Santiago de Cuba. Tuvo 23 hermanos y una hermana.
De pequeño, en medio de la penuria en que vivía su familia y que lo obligó a realizar cuanto trabajo apareciera, tuvo dos grandes aficiones que, con el tiempo, le traerían la fama: los patines y el baile, específicamente el Charleston. Por el año 1927 se hizo asiduo visitante de la compañía teatral bufa de Bolito. Cuando bajaban el telón en el intermedio de la obra, Emilio se ponía a bailar como loco en las graderías del teatro. Un día el dueño lo vio y le gustó tanto el desparpajo del joven que lo contrató como bailarín excéntrico y acrobático. Fue precisamente en este rol cuando, durante una actuación en Holguín, lo bautizaron con el mote que lo marcó para el resto de su vida: El Diablo Rojo. Lo de diablo era por sus movimientos, y lo de rojo, por el color de la ropa que vestía.
Muchas anécdotas marcaron su etapa de teatrero. Una vez en un hotel de Puerto Padre, por los años 30 del pasado siglo, el Diablo Rojo y otros amigos de la compañía, empataron varias sábanas y se descolgaron hacia la calle, con las maletas, desde un piso elevado, porque las recaudaciones no le alcanzaban para pagar habitaciones.
Tuvo momentos muy difíciles en los cuales no aparecía trabajo y tuvo que dormir en el parque de Montes y Prado, en la Habana. En una de esas épocas, leyó un anuncio en un periódico sobre patines “Chicago”. Se presentó a la convocatoria y fue contratado. Así, como promotor de los patines, nació una de sus mayores hazañas: un viaje entre la capital y su natal Santiago ¡sobre patines! El tramo lo recorrió en 7 días y 3 horas. En total, a lo largo de su vida, hizo cinco viajes entre Habana y Santiago: tres para la capital y dos hacia tierras santiagueras. Siempre en funciones propagandísticas.
Pero esta no fue su única proeza. En una oportunidad bajaba, junto a otros patinadores, la empinada loma de la calle San Félix, en Santiago de Cuba, y al cruzar la calle Santa Lucía se le interpuso un automóvil. En ese breve momento, donde sólo se veían dos oportunidades: estrellarse contra el auto o contra una pared; ambas de pronóstico nada positivo, el Emilio no lo pensó dos veces, se agachó y saltó por sobre el carro. Todos los presentes rompieron en vítores y aplausos, creyendo que se trataba de algo ensayado, e incluso le pidieron que lo repitiera, pero el patinador sólo atinó a perderse del sitio.
Sin embargo, al parecer le tomó el gusto pues tiempo después lo volvió hacer, y no una, sino que se le contabilizaron más de 3000 saltos sobre automóviles. También saltó sobre 12 bicicletas en conjunto y sobre muchachos que se acostaban sobre pavimento.
Luego del triunfo de la Revolución en 1959, el Diablo Rojo realizó varios trabajos: mensajero; mozo de limpieza; vendedor de refresco, emparedados y otras mercancías en cines de Santiago; hasta que en 1969 se jubiló, ya octogenario se dedicó a cuidar la seguridad de los niños de una escuela santiaguera, la “Armando García”, en la popular calle Trocha, regulando el tránsito de la zona. Con las piernas en semi cuclillas y los brazos extendidos, detenía a los automóviles para que las filas de niños cruzaran la calle.
El 22 de febrero de 1995 murió el Diablo Rojo. Dejó 6 hijos, 13 nietos y 2 bisnietos. Junto a su féretro, niños de la escuela “Armando García”, los mismos a los cuales él dedicó sus últimos años, hicieron guardia de honor.
Fue como si se apagara una luz en las calles de Santiago.
Agencies/ Santiago en Mi/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.