Si usted lo desea, me puede llamar regionalista porque el parque de mi pueblo me parece un millón de veces mejor que la mayoría de los de aquí en Estados Unidos. Sí, señores, porque aquí los parques que yo he visto -supongo que no todos, desde luego- son una basura. La primera dificultad que nos encontramos cuando vamos a un parque es que no se sabe quién es quién y el elemento que vemos pensamos que es mejor ni conocerlo.
Recuerdo que en mi primer domingo en California me vestí lo más elegante que pude y a las 8 de la noche le dije a mi amigo Fidelito Gómez: “Me voy para el Parque MacArthur“. Fidelito se echó a reír y me contestó: “Muchacho, a esta hora te van a robar hasta los zapatos y las medias”…
Como yo prácticamente nada más que conozco el Parque Central y el Parque Martí de Güines, me encantaría que ustedes me ilustraran sobre los parques de sus pueblos, y si tienen una opinión similar o diferente de los parques de la Cuba de ayer, me la hagan llegar.
RECUERDOS DE NUESTROS PARQUES …
Nosotros conocíamos a todo el mundo que iba al parque de mi pueblo. Usualmente, nuestra primera novia la conquistábamos allí, y se aprendía más en el parque que en la Universidad de La Habana, porque en cada uno de sus bancos se reunían expertos en diferentes materias.
Estaba el banco de los galleros, el banco de los políticos, el banco de los pajareros, el de los peloteros, y el de los intelectuales y muchos más.
Por ejemplo, si usted se acercaba al banco de los pajareros, usted aprendía de canarios y de tomeguines del pinar. Si iba al banco de los peloteros, lo mismo se enteraba de cuantos jonrones había pegado Roberto Ortiz como quién jugaba la segunda base en el equipo del Baltimore.
En el banco de los políticos estaban sentados desde el alcalde, hasta el último sargento político del pueblo, y lo mismo hablaban de la política local, como de la nacional y de la internacional. Cuando uno se levantaba de ese banco tenía una idea clara de todo lo que estaba sucediendo, no solamente en la Isla, sino en todo el continente americano, en Europa y en África.
Si se acercaba al banco de los galleros, entonces aprendía lo que era un gallo giro. Y si se iba al banco de los intelectuales, aprendía de poesía, de arte, de cuadros, de pinturas, y en otro banco nos podíamos encontrar con Efrén Besanilla hablando de teatro.
Allá nos emperifollábamos con nuestras mejores galas para ir al parque. Los domingos, todo el mundo parecía un millonario ; los guajiros parecían hacendados. Pero si usted se pone un traje y se aparece en un parque en este país, la gente se va a reír y van a creer que se ha escapado de un manicomio.
Si quería conocer a una muchacha que ya había visto y le era agradable, el mejor lugar en toda la ciudad para poderla encontrar y entablar una conversación, era en el parque. Pero si en Estados Unidos a usted se le ocurre invitar a una joven a visitar un parque, pensará que usted está loco. Aquí, cuando las muchachas pasan por un parque, suben las ventanillas del carro por miedo a que un traficante se les acerque y quiera venderles cocaína.
Jamás vi a nadie molestar a otra persona en un parque de Cuba. Allí se iba nada mas que a pasar un buen rato, pero lo único que no se perdonaba era ser pesado. Eso era un delito en los parques y la gente les daba de lado a los bofes.
Las muchachas se estrenaban sus vestidos los domingos y los exhibían en el parque. Ellas paseaban en una dirección, y los caballeros en sentido contrario, así que nos encontrábamos al final de cada vuelta. Si teníamos interes en alguna muchacha, le pedíamos con todo respeto que nos permitiera acompañarla, y esa era la mejor forma de saber si teníamos alguna esperanza de llegar a ser novios. Representaba un enorme adelanto para el enamorado si la muchacha aceptaba la invitación de caminar junto a ella.
Les juro a ustedes que lo más que yo extrañé, y extraño de Cuba, es el parque de mi pueblo. Al llegar aquí, pensé que era igual que en Güines, y ya les dije que quedé puesto y convidado, porque California será uno de los mejores estados del país más rico y próspero del universo, pero un banco destartalado del parque de mi pueblo era superior a todos los parques juntos de esta gran nación.
Desde luego, como todas las cosas en Cuba, cuando el castrismo se adueñó de la Isla, se acabó por completo la confraternidad en el parque de mi terruño.
Esteban Fernández, destacado periodista y costumbrista cubano residente en los Estados Unidos.
Agencies/ Esteban Fernández/ Extractos/ Excerpts/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
THE CUBAN HISTORY, HOLLYWOOD.