La Habana y muchas otras ciudades de Cuba, aquella que conocímos muchos cubanos bien, estaba llena de “puestos de fritas”, estanquillos que ofrecían no solo la apetecible frita, sino otros productos como papas rellenas, pan con bisté, pan con tortilla, perros calientes y muchos otros productos, todos deliciosos y a precios asequibles.
A finales de la década de 1950 y aun llegando al 1960 una frita costaba unos siete centavos, un pan con croqueta o papa rellena diez centavos, un pan con bisté, tortilla o perro caliente quince centavos, todos servidos con una abundante ración de papas a la juliana y envueltas en papel de china que servía al final como servilleta.
El fritero era un trabajador por su cuenta con una jornada que podía abarcar desde la mañana hasta la medianoche y en lugares que así lo ameritaba hasta la madrugada. A pesar de contar con ayuda familiar para reabastecerse, normalmente trabajaba solo en el puesto y muchas veces no daba abasto, pues era cocinero, camarero, cajero y de paso, como los barberos, contador de cuentos, chistes y chismes del barrio o de más largo alcance. El que trabajaba con carbón tenía trabajo adicional para mantener la limpieza, por lo que fueron sustituyendo el combustible por luz brillante o kerosene, pues todavía el gas licuado era caro, por lo que tenía que mantener la presión del aire en el tanque del fogón con una bomba de las usadas para inflar las gomas de las bicicletas, nada que era un trabajador sin tregua.
Y esos esforzados trabajadores vieron como su modesto negocio desapareció, sin ningún sustituto, para evitar que se convirtieran en pequeños burgueses, lo que nunca iba a ocurrir en negocios como vendedores de maní, de tamales, limpiabotas, vendedores de ostiones, dulces caseros y otras ocupaciones.
Tuvieron que pasar cuatro décadas para que al llegar a Miami volviera a probar la frita cubana.
En Miami he probado varias fritas de distintos establecimientos, hay decenas que los ofertan, y no quiero caer en lo que dicen nuestros compatriotas de que el puerco de Miami no sabe igual que el que nos comíamos en Cuba, pero en honor a la verdad, todas son sabrosas pero no me saben igual que aquellas que solo valían siete centavos, lo que atribuyo a que mis papilas gustativas ya no son iguales y han envejecido o a que los productos ya no son tan naturales como los de entonces. Pero cuando como una frita dejo de lado esta reflexión y me recuerdo de Lichi.
Eliseo Alberto Diego, ese notable escritor cubano conocido por Lichi, que decía que no había nadie que quisiera más a Cuba que él y que en su exilio en México convirtió su apartamento y su vida en una Cuba chiquita, cocinando comida cubana diariamente, nos dejó también una frase premonitoria: “la patria es la comida”, porque sabía que al final la comida siempre va a unir a los cubanos. La gastronomía alimenta mucho más allá que el cuerpo, porque nos lleva a revivir nuestra infancia y juventud, los momentos importantes de nuestra vida y refuerza nuestras costumbres y tradiciones, nos impulsa hacia nuestras raíces como ninguna otra cosa vinculándonos emocionalmente con ellas.
No importa que estemos en un mundo globalizado donde las gastronomías se integran, fusionan y coinciden, por lo que recordando el dicho de que somos lo que comemos, los cubanos seguimos siendo eso, cubanos, porque preferimos nuestras comidas por encima de otras que pueden ser mas reconocidas o suculentas.
Y una muestra humilde, pero muy potente de ello, es la frita cubana.
LOS QUE SE OLVIDAN DE SU HISTORIA, ESTAN CONDENADOS A REPETIRLA.
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CUBA AND OUR NATIONAL FOOD. REMEMBERING OUR COUNTRY. PHOTOS.
Havana and many other cities in Cuba, the one that many Cubans knew well, was full of “frita stands”, stalls that offered not only the appetizing frita, but other products such as stuffed potatoes, bread with steak, bread with tortilla, dogs hot and many other products, all delicious and at affordable prices.
At the end of the 1950s and even into the 1960s, a frita cost about seven cents, a bread with croquette or stuffed potato ten cents, a bread with steak, tortilla or hot dog fifteen cents, all served with an abundant portion of fried potatoes. the julienne and wrapped in tissue paper that served at the end as a napkin.
The fryer was a self-employed worker with a day that could last from morning to midnight and in places that warranted it until dawn. Despite having family help to resupply, he normally worked alone at the position and many times he could not cope, as he was a cook, waiter, cashier and, like the barbers, a teller of stories, jokes and gossip from the neighborhood or more. long-range. The one who worked with coal had additional work to maintain cleanliness, so they replaced the fuel with bright light or kerosene, since liquefied gas was still expensive, so they had to maintain the air pressure in the stove tank with a pump used to inflate bicycle tires, nothing, he was a tireless worker.
Agencies/ NostalgiaCubana/ Carlos Rodriguerz Bua/ Extractos/ Excerpts/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com