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_100321631_gettyimages-542289512HISTORIA: CUANDO LLEGO EL HIELO A CUBA.

Difícil resulta imaginar a esta calurosísima Habana sin la maravilla del hielo y, sin embargo, durante prolongada era sus vecinos no pudieron “gozar de este consuelo en el riguroso estío”, tal como afirmara entonces don Francisco de Arango y Parreño.

Fue precisamente este ilustrísimo personaje quien el 23 de septiembre de 1801, presentó a la Junta de Gobierno del Real Consulado una proposición que mucho tendrían que agradecerle en lo sucesivo naturales y forasteros de esta ciudad: traer la magia del frío. Como era de esperar algunos de mente estrecha —que siempre los hay— no estuvieron de acuerdo con tan feliz iniciativa y preguntaron a viva voz ¿para qué los habaneros necesitarían del hielo si hasta entonces no lo habían tenido?

Así pues, al líder de los azucareros criollos no le quedó más remedio que mostrar sus razones del todo convincentes y para lo cual informó a los escépticos que desde los días del gobierno del Marqués de la Torre, (1771-1776), ya se habían traído a la villa con resultados propicios unas porciones del frío producto desde Veracruz y Boston.

Y para el acomodo de la casi mágica mercancía sugería aplicar el método de Rosier fundamentado en el uso de los “pozos de hielo”. Por cierto, este señor basaba su propaganda en un muy contundente argumento: “El hielo y las bebidas heladas entonan el estómago y todo el sistema nervioso y muscular”.

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Al señor Gobernador de la Isla, Salvador de Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, le pareció muy buena la idea, y para dicha de sus semejantes la aprobó sin objeción alguna, no sin antes declarar que “las bebidas heladas eran buenas para curar enfermedades de la sangre tan corrientes en climas cálidos”.

Ya todo estaba dicho. Solo quedaba poner manos a la obra. A comienzos de 1805 llegaba al puerto de La Habana el bostoniano Federico Tudor, a bordo del buque Favorito, con una carga de nada menos que 240 toneladas de hielo, para el que se construyeron depósitos especiales.
Tan satisfactorio resultó su quehacer que cinco años más tarde el referido empresario, conocido ya como el Rey del hielo, obtuvo de las autoridades españolas el monopolio por seis años para la venta de ese producto en Isla y desde entonces aparece en la ciudad la primera nevería, la de Juan Antonio Montes.

Con la llegada del hielo cambiarían las costumbres y el buen vivir en La Habana decimonónica, donde comenzó a florecer la vida de cafés, “escape remansado (…), donde nacían las amistades conversadas” (…) “Quien más quien menos tenía una silla habitual en un café”, como dijera Fernando G. Campoamor en su ameno libro El Hijo alegre de la caña de azúcar.

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Ya los habaneros, luego de su cotidiano paseo vespertino por la alameda de Paula, la plaza de Armas y otros sitios, podían hacer un alto en los muchos cafés (antecesores de nuestros bares y cantinas), donde se reunían por separado los diferentes grupos y sectores sociales que coloreaban el ambiente citadino de la época.

Así, en 1819 aparece en la esquina de Obispo y Monserrate un típico bodegón español: La piña de Plata, que con el paso del tiempo se convertiría en el mundialmente famoso Floridita, la Cuna del Daiquirí, que bien merece un estudio aparte. También en la calle Obispo empiezan a funcionar otros comercios de este animado género, como La Columnata Egipciana, donde se brinda la horchata de chufas y el agua de cebada a las damas, y la viril compuesta a los caballeros.

En la calle de la Obra Pía se inaugura entonces el café Las Rejas Verdes, sitio de nevados de frutas para las mamás y la muchachada, al tiempo que mostrador libre al gusto de los señores.

En competencia, la Fuente de Ricla, en la calle Muralla, oferta a la clientela sus famosos refrescos de cola. En La Dominica, en la esquina de O’Reilly y Mercaderes, damas y caballeros saborean en sus mesas de mármol deliciosos refrescos y helados, acompañados de los dulces mejor elaborados de la Isla.

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Con la llegada del nuevo y frío elemento nace además un nuevo arte, el de la coctelería. Los alborozados bebedores se regocijan con el Jaibol, el Cuba Libre, el Cubanito y el Daiquirí, el más conocido en todo el mundo, y al que Hemingway en su póstumo libro Islas en el golfo agasaja desde su banqueta habitual en el Floridita: “Había bebido daiquirís dobles helados, los grandiosos daiquirís que preparaba Constante, que no sabían a alcohol y daban la misma sensación, al beberlos, que la que produce el esquiar barranca abajo por el glaciar cubierto de nieve en polvo y luego, después del sexto u octavo, la sensación de esquiar barranca abajo por un glaciar cuando se corre sin la cuerda.”

¡Quién pudo imaginar que tan prodigiosa historia comenzara aquel 23 de septiembre de 1801, cuando don Francisco de Arango y Parreño propuso traer a La Habana la maravilla del hielo para “gozar de este consuelo en el riguroso estío”!

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202635491-1-fabrica-de-hielo-san-miguel-hielo-en-barra-y-cubitoHISTORY: WHEN THE ICE ARRIVED IN CUBA.

It is difficult to imagine this warm Havana without the wonder of the ice and, nevertheless, during prolonged was their neighbors could not “enjoy this consolation in the rigorous summer”, as Don Francisco de Arango and Parreño affirmed then.

It was precisely this illustrious person who, on September 23, 1801, presented to the Board of Governors of the Royal Consulate a proposal that many of the natives and foreigners of this city would have much to thank in the following: to bring the magic of cold. As expected, some of the narrow-minded people, who always do, did not agree with such a happy initiative and asked loudly, why would the people of Havana need the ice if they had not had it before?

Thus, the leader of the Creole sugar mills had no choice but to show his entirely convincing reasons and for which he informed the skeptics that since the days of the government of the Marquis de la Torre, (1771-1776), they had already brought to the villa with favorable results some portions of the cold product from Veracruz and Boston.

And for the arrangement of the almost magical merchandise suggested applying the Rosier method based on the use of “ice wells”. By the way, this man based his propaganda on a very strong argument: “Ice and ice cold drinks tone the stomach and the whole nervous and muscular system.”

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To the Lord Governor of the Island, Salvador de Muro and Salazar, Marquis of Someruelos, he thought the idea was very good, and for his fellow men’s approval without objection, but not before declaring that “frozen drinks were good for curing diseases of blood so common in hot climates. ”

Everything was already said. Only left to put hands to the work. At the beginning of 1805, the Bostonian Federico Tudor arrived at the port of Havana aboard the favorite ship, with a load of no less than 240 tons of ice, for which special tanks were built.
So successful was his task that five years later the aforementioned businessman, already known as the King of ice, obtained from the Spanish authorities the monopoly for six years for the sale of that product in Isla and since then the first ice cream shop has appeared in the city , that of Juan Antonio Montes.

With the arrival of the ice, customs and good living would change in nineteenth-century Havana, where the life of cafés began to flourish, “escape hastily (…), where conversational friendships were born” (…) “Who else who least had a chair habitual in a café “, as Fernando G. Campoamor said in his pleasant book The Joyful Son of the Sugar Cane.

Already the Havana residents, after their daily afternoon stroll through the Alameda de Paula, the Plaza de Armas, and other places, could make a stop at the many cafes (predecessors of our bars and canteens), where the different groups met separately. social sectors that colored the city atmosphere of the time.

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Thus, in 1819 a typical Spanish bodegón appears on the corner of Obispo and Monserrate: La piña de Plata, which over time would become the world-famous Floridita, the cradle of the Daiquirí, which deserves a separate study. Also on Obispo Street, other shops of this lively genre begin to operate, such as The Egyptian Column, where horchata of tigernuts and barley water are offered to the ladies, and the virile composed of the knights.

In the street of Obra Pía, the Las Rejas Verdes café was inaugurated, a place of snow-covered fruit for mothers and girls, and a free counter to the liking of the gentlemen.

In competition, the Fuente de Ricla, on Calle Muralla, offers its clientele its famous cola drinks. In La Dominica, on the corner of O’Reilly and Mercaderes, ladies and gentlemen savor delicious soft drinks and ice creams on their marble tables, accompanied by the best-prepared sweets of the Island.

With the arrival of the new and cold element, new art was born, that of the cocktail bar. The jubilant drinkers rejoice with the Jaibol, the Cuba Libre, the Cubanito and the Daiquiri, the best known around the world, and to which Hemingway in his posthumous book Islands in the Gulf feasts from his usual stool at Floridita: drunk frozen double daiquiris, the great daiquiris that Constant prepared, that did not taste like alcohol and gave the same sensation, when drinking them, that the one produced by skiing down the glacier covered in powder snow and then, after the sixth or eighth , the feeling of skiing down canyon down a glacier when you run without the rope. ”

Who could have imagined that such a prodigious story began on September 23, 1801, when Don Francisco de Arango y Parreno proposed to bring to Havana the wonder of the ice to “enjoy this consolation in the rigorous summer”!

Agencies/ RHC/ Josefina Ortega/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
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