– LAST DAYS of Gral. Fulgencio Batista in Cuba (1958). Summary of Agreements and Escape.

unnamed (3)ULTIMOS DIAS DEL GENERAL FULGENCIO BATISTA EN CUBA. RESUMEN DE LOS ACUERDOS EN SU HUIDA.

Corrian finales del año de 1958, para ser exactos el 9 de Diciembre, en la Finca Kuquine, lugar de recreo de Fulgencio Batista cerca de la Habana, el dictador recibió a un curioso personaje, el norteamericano William D. Pawley, hombre de negocios que había comenzado a venir a Cuba, en los años 30, como promotor de la Panamarican Airways y que en ese momento representaba los intereses de los Autobuses Modernos, que competerían con la empresa cubana de los Ómnibus Aliados. Eran viejos conocidos.

Pawley se entrevistó con Batista a título personal pues el personaje dijo no tener vínculos con el gobierno de su país. En realidad, con aquella entrevista cumplía la misión encomendada por la administración de su país: persuadir al tirano de que presentara la renuncia.

Pawley habLó como un amigo y no como un emisario. De ahí que todo lo que ofrecía a cambio de la dimisión del Presidente, afirmó, debía ser aprobado luego por Washington. Él trataría de que fuera así. Si el general renunciaba, aseguró, podría irse a vivir a EE UU, donde Batista tenía su residencia en Daytona Beach, y no se molestaría a sus amigos y partidarios. Le dio a conocer la lista de los integrantes de la junta cívico militar que lo sustituiría. “Nosotros, puntualizó el visitante, haremos un esfuerzo para que Fidel Castro no llegue al poder”.

Algún tiempo después, septiembre de 1960, cuando testificó ante un subcomité del Senado norteamericano, Pawley dijo: “Yo fui seleccionado para ir a Cuba a hablar con Batista y tratar de persuadirlo de que renunciara… No tuve resultados en mis esfuerzos, pero si Rubotton (Roy Rubotton, secretario del Departamento de Estado) me hubiera autorizado a decir siquiera lo que le estoy ofreciendo tiene la aprobación tácita y el respaldo de mi gobierno, creo que Batista habría aceptado”.

Al hacer contacto con Batista a través de Pawley, Washington protegía las excelentes relaciones existentes entre Smith (Embajador de EU en la Habana) y Batista y reservaba al embajador para la gestión oficial en caso de que, como ocurrió, el tirano no escuchara la voz amistosa del emisario.

En La Habana, sin embargo, había gente mejor enterada que Smith de la misión de Pawley. Mario Lazo, asociado con Jorge Cubas en el bufete habanero que llevaba sus nombres (Edificio Ambar Motors; Piso 9.) era uno de los abogados cubanos de la United Fruit y de otras grandes compañías norteamericanas. Esas empresas sugirieron a Washington la sustitución de Batista por una junta militar, y Allan Dulles, director de la CIA, comunicó a los ejecutivos de esas firmas que Pawley viajaría a La Habana para hablar con el dictador.

El 17 de diciembre Batista recibió al embajador Smith en Kuquine (Su finca particular). Quiso Smith dorarle la píldora y comentó que cumplía ese encargo con desagrado. Pero, dijo entrando al grano, su gobierno veía con escepticismo la idea de que el dictador permaneciera en el poder hasta el 24 de febrero. Después llegó lo peor. Pawley había dicho a Batista que Washington le concedería el permiso de entrada a territorio norteamericano y que su criterio sería atendido para conformar la junta militar que lo sustituiría. Lo que tenía que decirle Smith era muy diferente.

Batista comentó que sin su presencia el Ejército se desintegraría, manifestó que EE UU debía respaldarlo hasta el 24 de febrero y propuso, como fórmula salvadora, que Rivero Agüero, una vez en el poder, formara un gobierno de coalición y constituyera una asamblea nacional que convocara a elecciones. “Esa asamblea debe tener todo el respaldo de EE UU”, precisó. Smith fue tajante. “Le dije que no esperara respaldo de mi gobierno a ninguna de sus posibles soluciones ni el apoyo a su posición”. Batista adujo que la junta no podría resistir sin su apoyo y que, de formarse, tenía que incluir a Rivero Agüero.

Comentario de Smith: “Le dije bien claro que yo no estaba autorizado para admitirle la discusión de soluciones específicas o personalidades de la próxima junta”.

En la noche del 22 de diciembre de 1958, Batista dictó al general Silito Tabernilla, su secretario privado, los nombres de los que lo acompañarían en la fuga y cómo se distribuirían en los tres primeros aviones. En el suyo viajarían Marta, su esposa, y su hijo Jorge, varios ministros, los esbirros Esteban Ventura Novo y Orlando Piedra, jefe del Buró de Investigaciones, y cuatro o cinco guardaespaldas… Entre los 51 pasajeros de la segunda aeronave, que llegaría a Jacksonville, irían el clan de los Tabernilla y algunos de los otros hijos de Batista, y en el tercero, un C-47 ejecutivo, el avión presidencial que llevaba el nombre de Guáimaro, 13 personas más. Aunque la ubicación de los fugitivos en los aviones sufrió cambios de última hora, la lista la conformaban cien nombres en total. El resto de los batistianos quedarían abandonados a su suerte.

JUNTA DE GOBIERNO.

En El cuarto piso, el embajador Smith dice que el Departamento de Estado le comunicó que la junta que suplantaría al dictador estaría integrada por el general Eulogio Cantillo, el coronel Ramón Barquín, el general Arístides Sosa de Quesada y alguien más cuyo nombre ni revela. En el Congressional Record de 2 de septiembre de 1960, que recoge la deposición de Pawley ante el Senado, se afirma que la junta estaría compuesta por el coronel Barquín, el general Martín Díaz Tamayo, Pepín Bosch, de la casa ronera Bacardí y “otro cuyo nombre se me escapa en este momento”.

De los militares cuyos nombres se barajaban para conformar la junta que sustituiría al dictador, solo Ramón M. Barquín López era decididamente antibatistiano. Junto a los coroneles Eulogio Cantillo y Eduardo Martín Elena, era de los oficiales más respetados de las Fuerzas Armadas y uno de los hombres en los que la oficialidad joven cifraba sus esperanzas de cambio. Pensaban esos jóvenes militares que de ascender cualquiera de esos tres coroneles al escalón principal de mando, el Ejército se adecentaría.

A las diez de la noche del 31 de diciembre el coronel Joaquín Casillas Lumpuy, jefe de la plaza militar de Las Villas, logra contactar por teléfono con el dictador. Pide refuerzos urgentes para contrarrestar el asedio de Che Guevara contra la ciudad de Santa Clara, la capital provincial. . Batista le promete la ayuda pedida, que nunca llegó.

Esperan el año nuevo en la Ciudad Militar de Columbia, junto a Batista, los jerarcas militares y civiles. A muchos de ellos los citaron con premura los ayudantes presidenciales. Otros se valieron del pretexto de la fecha para comprobar por sí mismos lo que había de cierto en los insistentes rumores de la renuncia del Presidente, rumores que circulaban desde el día 29, cuando el dictador envió a EE UU a sus dos hijos más pequeños.

Poco antes de las doce de la noche los invitados pasaron al comedor y Batista con una copa de champán en la mano deseó a todos un feliz año nuevo.

Momentos antes, el mayor general Eulogio Cantillo, delante del resto de los altos oficiales y hablando al parecer en nombre de todos, había dicho a Batista: -Señor Presidente: Los jefes y oficiales del Ejército, en aras del restablecimiento de la paz que tanto necesita el país, apelamos a su patriotismo y a su amor al pueblo, y solicitamos que usted renuncie a su cargo. Batista tomó la palabra a su vez. Luego pidió papel y pluma y escribió de su puño y letra la renuncia. A esa hora solo quedaban en Columbia los colaboradores más allegados. EL ÚLTIMO ¡SALUD! ¡SALUD! ¡SALUD!

A las 2:10 AM llegó Batista al aeropuerto. Vestía de casimir oscuro y lucía sereno en medio de la tensión de sus acompañantes. Con él venían su esposa Marta, cuatro de sus hijos, algunos de sus colaboradores y el general Cantillo. Unas 15 personas en total. De otro vehículo descendieron Rubén Batista, otro de los hijos del dictador, y su esposa e hija, y Elisa Godínez, primera esposa de Batista.

El general Silito Tabernilla empezó a vocear los nombres de los que abordarían cada uno de los aviones dispuestos para la fuga. En el avión de Batista viajarían Marta y su hijo Jorge, varios ministros, los esbirros Esteban Ventura Novo y Orlando Piedra y cuatro o cinco guardaespaldas… Entre los 51 pasajeros de la segunda aeronave, que llegaría a Jacksonville, irían el clan de los Tabernilla y algunos de los otros hijos de Batista, y en el tercero, un C-47 ejecutivo, el avión presidencial que llevaba el nombre de Guáimaro, 13 personas más. Aunque la ubicación de los fugitivos en los aviones sufrió cambios de última hora, la lista la conformaban cien nombres en total.

El resto de los batistianos quedaba abandonado a su suerte.

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220px-FBatistaWifeHandshakeLAST DAYS OF GENERAL FULGENCIO BATISTA IN CUBA. A SUMMARY OF AGREEMENTS AND HIS ESCAPE.

It was late in 1958, to be exact, on December 9, at the Finca Kuquine, Fulgencio Batista’s place of recreation near Havana, the dictator received a curious character, the North American William D. Pawley, a businessman who He had begun to come to Cuba, in the 1930s, as a promoter of the Panamerican Airways and that at that time represented the interests of the Modern Buses, which were competing with the Cuban company of the Allied Buses. They were old acquaintances.

Pawley interviewed Batista in a personal capacity because the character said he had no ties to the government of his country. In fact, with that interview, he was fulfilling the mission entrusted by the administration of his country: to persuade the tyrant to submit his resignation.

Pawley spoke as a friend and not as an emissary. Hence, everything he offered in exchange for the President’s resignation, he said, had to be approved later by Washington. He would try to make it so. If the general resigned, he said, he could move to the United States, where Batista had his residence in Daytona Beach, and his friends and supporters would not be disturbed. He released the list of members of the military civic board that would replace him. “We, the visitor pointed out, will make an effort so that Fidel Castro does not come to power.”

Sometime later, in September 1960, when he testified before a subcommittee of the US Senate, Pawley said: “I was selected to go to Cuba to speak to Batista and try to persuade him to resign … I had no results in my efforts, but Rubotton did (Roy Rubotton, secretary of the State Department) would have authorized me to say even what I am offering him. He has the tacit approval and support of my government, I think Batista would have accepted. ”

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By making contact with Batista through Pawley, Washington protected the excellent relations between Smith (US Ambassador to Havana) and Batista and reserved the ambassador for official management in case, as it happened, the tyrant did not hear the voice emissary friendly.

In Havana, however, there were people better informed than Smith of Pawley’s mission. Mario Lazo, associated with Jorge Cubas in the Havana law firm that bore their names (Edificio Ambar Motors; Piso 9.) was one of the Cuban lawyers for United Fruit and other large North American companies. Those companies suggested that Washington replace Batista with a military junta, and Allan Dulles, director of the CIA, informed the executives of those firms that Pawley would travel to Havana to speak with the dictator.

On December 17, Batista received Ambassador Smith in Kuquine (His private estate). Smith wanted to gild the pill and commented that he was fulfilling that request with displeasure. But, he said, getting to the point, his government was skeptical of the idea that the dictator would remain in power until February 24. Then came the worst. Pawley had told Batista that Washington would grant him permission to enter North American territory and that his criteria would be followed to form the military junta that would replace him. What Smith had to say was very different.

Batista commented that without his presence the Army would disintegrate, stated that the United States should support him until February 24, and proposed, as a saving formula, that Rivero Agüero, once in power, forms a coalition government and constitute a national assembly that calls for elections. “That assembly must have the full backing of the United States,” he said. Smith was blunt. “I told him not to expect support from my government for any of his possible solutions or support for his position,” Batista argued that the junta could not resist without his support and that, in order to form, it had to include Rivero Agüero.

Smith’s comment: “I made it very clear to him that I was not authorized to allow him to discuss specific solutions or personalities at the next meeting.”

On the night of December 22, 1958, Batista dictated to General Silito Tabernilla, his private secretary, the names of those who would accompany him on the flight and how they would be distributed in the first three planes. Marta, his wife, and his son Jorge, several ministers, the minions Esteban Ventura Novo and Orlando Piedra, head of the Bureau of Investigations, and four or five bodyguards would travel in his … Among the 51 passengers of the second aircraft, who He would arrive in Jacksonville, the Tabernilla clan and some of Batista’s other sons would come, and in the third, an executive C-47, the presidential plane named after Guáimaro, 13 more people. Although the location of the fugitives on the planes underwent last-minute changes, the list was made up of a hundred names in total. The rest of the Batista would be left to their fate.

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BOARD OF GOVERNMENT.

On The Fourth Floor, Ambassador Smith says that the State Department told him that the board that would supplant the dictator would be made up of General Eulogio Cantillo, Colonel Ramón Barquín, General Arístides Sosa de Quesada and someone else whose name he does not reveal. In the Congressional Record of September 2, 1960, which contains Pawley’s deposition before the Senate, it is stated that the board would be composed of Colonel Barquín, General Martín Díaz Tamayo, Pepín Bosch, of the Bacardí rum house, and “another whose name escapes me right now. ”

Of the soldiers whose names were considered to form the junta that would replace the dictator, only Ramón M. Barquín López was decidedly anti-Christian. Along with Colonels Eulogio Cantillo and Eduardo Martín Elena, he was one of the most respected officers in the Armed Forces and one of the men in whom the young officers figured their hopes for change. Those young soldiers thought that if any of those three colonels were promoted to the main command echelon, the Army would adapt.

At ten o’clock on the night of December 31, Colonel Joaquín Casillas Lumpuy, head of the Las Villas military plaza, managed to contact the dictator by telephone. He calls for urgent reinforcements to counter the Che Guevara siege against the city of Santa Clara, the provincial capital. Batista promises him the help requested, which never came.

They await the new year in the Military City of Columbia, along with Batista, the military and civil hierarchs. Many of them were cited with haste by presidential aides. Others used the pretext of the date to verify for themselves what was true in the insistent rumors of the President’s resignation, rumors that circulated since the 29th when the dictator sent his two youngest sons to the United States.

Shortly before midnight, the guests passed into the dining room and Batista, with a glass of champagne in hand, wished everyone a happy new year.

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Moments before, Major General Eulogio Cantillo, in front of the rest of the high officers and apparently speaking on behalf of everyone, had said to Batista: -Mr. President: The chiefs and officers of the Army, for the sake of restoring the peace that both You need the country, we appeal to your patriotism and your love for the people, and we ask that you resign from your position. Batista spoke in turn. Then he asked for paper and pen and wrote the resignation in his hand. At that time, only the closest collaborators remained in Columbia. HEALTH, HEALTH! HEALTH!.

At 2:10 AM Batista arrived at the airport. He was dressed in dark cashmere and looked serene amidst the tension of his companions. With him came his wife Marta, four of his children, some of his collaborators, and General Cantillo. About 15 people in total. Rubén Batista, another of the dictator’s sons, his wife, and daughter, and Elisa Godínez, Batista’s first wife, descended from another vehicle.

General Silito Tabernilla began to call out the names of those who would board each of the planes ready for flight. Marta and her son Jorge, several ministers, the minions Esteban Ventura Novo and Orlando Piedra and four or five bodyguards would travel on Batista’s plane … Among the 51 passengers of the second aircraft, which would arrive in Jacksonville, would go the clan of the Tabernilla and some of Batista’s other children, and in the third, an executive C-47, the presidential plane named after Guáimaro, 13 more people. Although the location of the fugitives on the planes underwent last-minute changes, the list was made up of a hundred names in total.

The rest of the Batistianos were left to their fate.

Agencies/ Wiki/ Ciro Bianchi/ Extractos/ Excerpts/ Internet Photos/ Arnoldo Varona/ www.TheCubanHistory.com
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